Los
sueños eran blandos y confortables en la cabeza de Amy, acunándola en mundos
imposibles y en situaciones increíbles que siempre había querido vivir aunque
la realidad se lo impidiera. Podría haber jurado mil veces que aquello estaba
pasando de verdad, lo que veía en esos sueños. Pero por desgracia un sonoro
estruendo de guitarras eléctricas la arrancó de los brazos de Morfeo con más
brusquedad de la que le gustaría.
Gruñó,
molesta, y sacó un brazo de debajo de la colcha de su cama. Tanteó la mesilla de
noche con otro gruñido hasta que palpó el móvil y tardó varios intentos para
deslizar el dedo en la pantalla y apagar la condenada alarma.”Debo buscar algo
más melódico para por las mañanas”, pensó arrugando el gesto. Se removió un
poco con pereza para estirarse luego debajo de las mantas. Solo entonces decidió
que ya era hora de levantarse.
Primero
sacó un pié de la cama y lo posó sobre el suelo lentamente. Estaba frío. Y el
interior de la cama calentito. ¿Quién en su sano juicio era capaz de reunir suficiente
fuerza de voluntad como para salir de ahí? Ni aunque el mismísimo Gandalf le
dijera que se levantase de una maldita vez lo haría.
“Cinco
minutos más…”pensó Amy, hundiendo la cara en la almohada, acurrucándose contra
los cojines que le rodeaban y tirando varios al suelo. Sus cabellos pelirrojos
se esparcían por la almohada en bucles desordenados. Estaba a punto de volver a
caer dormida cuando escuchó unos pasitos apresurados que se encaminaban a su
habitación. “No, por Dios… Dime que solo va al baño…” La puerta del cuarto se
abrió.
-¡Amy!-dijo la voz de Rebecca desde
la entrada- ¡Vamos a llegar tarde las dos por tu culpa otra vez! ¡Levanta de
ahí!
-¡Ya voy, ya voy…!-protestó ella con
voz cansina, pero haciendo caso omiso de las órdenes de su amiga.
Vivía
con Rebecca desde que sus padres murieron en un accidente de tráfico, cuando
tan solo tenía ocho años y ningún familiar dispuesto a cuidar de ella.
Afortunadamente su madre y la de Rebecca eran amigas de la infancia, y se
encargó de Amy como prueba de su afecto hacia su compañera fallecida.
-¡¿Me estás escuchando?!
-Cinco minutos más…
-¡Amy, o te levantas o te tiro el
desayuno encima del ordenador! ¡No puedes quedarte viendo series hasta las cuatro
de la mañana!
-No estaba viendo series…
-Entonces estabas leyendo cómics.
-Mangas-corrigió su amiga.
-Lo que sea. ¡Levanta!-como
respuesta Amy alargó la mano hasta su peluche de Pikachu y se lo tiró a su
amiga.
-Pikachu, te elijo a ti…-farfulló con
cansancio. Rebecca lo atrapó al vuelo.
-Bien. Voy a meter a Pikachu en la
lavadora con agua fría. Si se estropea es tu culpa por no levantarte-Amy se
incorporó como movida por un resorte mientras su amiga salía al pasillo
corriendo, peluche en mano.
-¡No te atreverás!-gritó, volando
tras ella.
Para
cuando quiso darse cuenta del truco tan previsible en el que había caído ya era
demasiado tarde para dar media vuelta. A decir verdad, el mismo truco, o casi
el mismo, de todas las mañanas.
No
había nadie a esas horas en la casa. El padre de Rebecca salía muy pronto para
ir a trabajar y su madre dormía hasta tarde. Aún era de noche fuera, aunque
comenzaba a clarear a lo lejos. “¿Por qué levantarse tan temprano, si ni
siquiera el mundo está preparado para despertar?”, pensó Amy para sí mientras
entraba en la cocina frotándose los ojos.
Tal
y como esperaba, Pikachu descansaba en la mesa, lejos de la lavadora y a salvo.
Una mañana más.
Rebecca
estaba metiendo dos tazas de leche en el microondas y en la encimera
descansaban los dos sándwiches para el almuerzo a media mañana. Amy se detuvo
para observar cómo trabajaba casi con una sonrisa. Su amiga se había recogido
el pelo en una práctica coleta y las dos mangas del jersey estaban remangadas:
la descripción perfecta de quien llevaba tiempo despierto y trabajando. Y ella
aún en pijama y sin peinar, menudo desastre…
-¿Piensas quedarte toda la mañana viendo como hago lo que
tendrías que estar haciendo tú, o me vas a ayudar con las tostadas?-preguntó
ella bruscamente, a la vez que habría el lavavajillas en busca de una cuchara.
-Perdoooona, ahora voy.
Amy sacó la tostadora de un armarito y se puso de puntillas
para alcanzar el pan de molde que guardaban junto al pan de barra en otro
armarito un poco más alto.
-¿Podrías cogerme un cuchillo y dos cucharas más?-le
preguntó a Rebecca justo con ella estaba terminando de cerrar el lavavajillas.
Su amiga le fulminó con la mirada y Amy se encogió en sí
misma-Perdona…-murmuró.
-Si no fuera por mí no sé qué harías…-farfulló Rebecca.
Después improvisó una sonrisa y añadió, un poco más calmada-Anda, venga,
apresúrate con las tostadas que hay poco tiempo y estás aún sin vestir.
Amy asintió mientras se peleaba con el tostador. Estaba ya
un poco roto y era difícil ajustar el tiempo y que las tostadas bajaran, por no
decir ya que subieran. Era todo un arte hacer tostadas en ese trasto sin que
salieran requemadas o demasiado crudas. Mientras esperaba a que se hicieran,
voló a su habitación a vestirse y regresó a la cocina con los primero que había
encontrado en el armario: vaqueros, camiseta de manga larga, sudadera y unas
converse negras.
Se apresuró a sacar las tostadas y prepararlo todo encima
de la mesa. Después las dos amigas se sentaron casi con un suspiro de
satisfacción. Por primera vez pudieron disfrutar de unos segundos de descanso,
interrumpidos por el tic-tac incesante del reloj que descansaba en la pared de
enfrente. Por lo demás, el silencio era sepulcral en la cocina de paredes
blancas y cuadros de flores en soportes de madera.
Amy untaba distraídamente mermelada de fresa en dos
tostadas al tiempo que miraba un vídeo en el móvil con los cascos, concentrada
en él como si no existiera otra cosa, ni siquiera reparó en que se estaba
empezando a untar los dedos en vez de las tostadas. Rebecca se apartó un mechón de cabello castaño
de la cara y la miró con una sonrisa.
-¿Quién ha subido vídeo?-preguntó.
-Gray. Una crítica sobre lo “complicados” que son los juegos
de hoy en día. No sé de qué se queja, para él todos son fáciles, o eso parece
cuando se le ve jugar-Rebecca sacó las tazas del microondas y las colocó sobre
la mesa del centro de la cocina- Para jugar así ha tenido que pasar varios años
entrenándose en un templo sagrado perdido en medio del Himalaya, aprendiendo el
noble arte de pulsar botones y teclas a velocidades inimaginables-Rebecca
contuvo una carcajada mientras se sentaba- ¡No te rías!-le increpó Amy levanto
los ojos por primera vez de la pantalla del móvil- ¡Este hombre se pasa los
juegos como churros! Ya me gustaría a mí que por casualidad cayese en mi equipo
en algún online. Victoria asegurada, te lo digo yo-Rebecca observó a su amiga
mientras se comía las tostadas, anonadada con el vídeo. “No tiene remedio”,
pensó con cariño.
-¿Vendrás esta tarde a casa?-le preguntó mientras le daba
un sorbo a su taza. Amy levantó la vista por segunda vez de la pantalla del
móvil.
-Voy a acompañar a Alex a un par de tiendas. Tiene que
comprarle a un amigo un regalo porque van a celebrar su cumpleaños dentro de
poco en la bolera, así que…
-Supongo que os tomaréis un helado por el camino y puede
que quizás…-insinuó Rebecca, dándole un sorbo a la taza de leche. Amy le lanzó
una mirada asesina cargada de odio.
Alex era solo un compañero de clase para Rebecca, pero Amy
estaba cada vez más encima de él, sobre todo desde el último viaje de fin de
curso. Desde que eran pequeños había habido un grupo de amigos que se mantenía
desde el principio, pero se había ido reduciendo cada vez más hasta quedar muy
poca gente. Alex era el que se apuntaba siempre a un bombardeo, hubiera los
exámenes que hubiera. No había nadie más dedicado a sus amigos ni más interesado
en mantenerlos unidos. Con solo verle los ojos de Amy se iluminaba y en los
rostros de todos se podía ver la admiración hacia el mejor chico del curso. Un
chico que, además, no estaba nada mal…
-Vamos a comprar un regalo. Punto y final-sentenció su
amiga sacando a Rebecca de sus pensamientos. Se había ruborizado levemente.
-Sí, sí… final, final…-dejó la taza sobre la mesa y volvió
a colocar las mangas del jersey en su sitio. Fue entonces cuando Amy advirtió
el cardenal que sobresalía justo al lado de la muñeca de su mano izquierda,
oscuro pero no morado ni con un aspecto terrible. Pero un cardenal al fin y al
cabo. Frunció el ceño. Alex se había disipado ya en su cabeza y otros asuntos
ocupaban ahora su mente.
-Rebecca, ¿qué es eso?-dijo, muy seria, levantándose de la
mesa e inclinándose hacia delante para ver mejor. Ella tiró de la manga para
taparlo.
-Nada-respondió con una sonrisa forzada.
-¿Qué te ha hecho?-Amy trató de cogerle del brazo para ver
mejor el golpe, pero Rebecca la apartó con un fuerte manotazo.
-¡Nada!-se levantó también, arrastrando la silla
ruidosamente, y salió de la cocina con paso rápido. Amy se masajeó el antebrazo
dolorido, allí donde su amiga le había golpeado.
-¡Rebecca!-llamó, pero no obtuvo respuesta. Se dejó caer en
la silla de nuevo y apuró lo que quedaba en su taza, pensativa.
En todo el tiempo que llevaba en esa casa no había habido
nada de lo que quejarse. Los padres de Rebecca habían sido y eran muy buenos
con ella, la trataban como a una hija más y la verdad es que les debía mil favores por lo que habían hecho por ella. Pero
había una sombra en la felicidad fingida que se respiraba allí.
Delante de ella todos pretendían ser una familia feliz y
sonriente, pero en las horas nocturnas había escuchado discusiones en las
habitaciones contiguas, golpes y gritos. No se había atrevido a preguntar, y de
hecho todos pensaban que ella dormía y por eso se atrevían a alzar la voz. Pero
Amy estaba muy despierta en esas situaciones, y más de una vez había visto
moratones en el cuerpo de Rebecca.
Quería saber qué estaba pasando, pero todos se mostraban
esquivos si intentaba tocar el tema. Una de las cosas que agradecía de vivir en
aquella casa era poder seguir practicando ballet con su amiga, lo que más las
mantenía unidas. Pero solamente mencionar las clases, o la pregunta de “¿qué
tal hoy los ensayos?”, hacía que Rebecca se tensara.
Amy estaba empezando a sospechar que todo tenía que ver con
el ballet. Su amiga se dedicaba a ello con esfuerzo, vertía todas sus fuerzas
en el ballet, vivía para ello, y a veces superaban los límites de su capacidad
y se quedaba tiempo extra después de las clases. Pero verla bailar era toda una
maravilla, y Amy se sentía orgullosa en esos momentos de ser su amiga. Rebecca
no hacía ballet, volaba en el escenario, giraba y se movía con fluidez y
elegancia, te invitaba a soñar a medida que se deslizaba al compás de las notas
del piano.
Paró el vídeo del móvil con un suspiro
pesaroso y se acabó las tostadas. Se sentía impotente por no poder hacer nada
para ayudarla, pero decidió posponer la conversación para más tarde. No quería
empezar el día con mal pie.
*
-¡¿Qué?!
¿Un cinco en inglés?-exclamó Amy mientras se levantaba de la silla a toda
velocidad-Pero…
“Con que quería empezar el día con buen
pie…”, murmuró para sí mientras se dejaba caer en la silla de nuevo. Sacar
malas notas tampoco supondría bronca en casa, porque no había padres que la
regañaran, pero aún así se sentía muy mal. “¿Una nota tan baja en una
asignatura tan fácil? Esto me pasa por llevarme mal con la profesora…”
Gruñó y echó el cuerpo hacia delante,
doblando los brazos y apoyando la cabeza en ellos. Suspiró y cerró los ojos,
dejando que la hoja del examen, llena de tachones y apuntes en rojo, se deslizara
a un lado. Y así permaneció hasta el final de la clase de inglés, cuando unos
golpecitos en el hombro derecho la sacaron del estado de duermevela en el que
se había sumido. Se dio la vuelta con un bostezo, frotándose los ojos con los
dorsos de las manos, y se topó con la cara de Alex. Tenía el cabello castaño y
los ojos verdes, como en los libros, y una sonrisa más bien contagiosa.
Solamente verle hizo que definitivamente terminara de despertarse.
-Oye, ¿has dormido bien? Te noto
distraída-dijo, apoyando el brazo en el respaldo de la silla.
-Esto…no-improvisó con una sonrisa-Quieeero
decir si…esto…si, creo haber dormido bien-las palabras se le trababan y no
sabía ya ni lo que decía. Se ruborizó un tanto para su sorpresa, ¿desde cuando
le pasaba eso delante de Alex?- Todo el mundo está distraído en clase-añadió,
ya menos temblorosa-Pero bueno. Dos horitas más de insufrible aburrimiento y me
voy a casita a tocarle las narices a Rebecca-bromeó. Alex sonrió, divertido.
-Por cierto, ¿qué tal está?-Amy abrió la
boca para contestar, pero se dio cuenta de la cantidad de gente que había a su
alrededor. No quería hablar allí. Se puso en pie y recogió sus cosas a la
velocidad de la luz, para luego agarrar a Alex del brazo y salir al pasillo,
donde hubiera menos oídos prestos a escuchar conversaciones ajenas.
-Esta mañana Rebecca tenía otro moratón en
el brazo…-bajó la cabeza para mirar al suelo, en parte por tristeza y en parte
porque era incapaz de sostenerle la mirada a su amigo. Una cortina de bucles
pelirrojos ocultó parcialmente sus ojos. Alex frunció el ceño- Le pregunté si
su madre le había hecho algo, pero…
-Pero se enfadó y se largó, como siempre-completó.
Amy apretó los labios y asintió. Él sacudió
la cabeza, apoyándose en la pared a su derecha cruzado de brazos-. Tienes que
hablar con ella seriamente, Amy. Esa situación es insostenible, no vas a
aguantar mucho más sin acabar explotando. Y es en esos momentos cuando dices
cosas que nuca dirías solo por desahogarte, y luego te arrepentirás, pero será
tarde.
-Ya, pero ¿qué digo? ¿Qué hago para que no
se vaya corriendo con solo sacar el tema?-Alex abrió la boca para contestar,
pero no se le ocurrió nada que decir. Amy le señaló con el dedo índice- Ahí lo
tienes, ese es el gran problema-Alex se encogió de hombros con un suspiro de
rendición.
-Yo tampoco tengo idea… En cualquier caso,
si necesitas ayuda sólo dímelo. Sabes que estoy ahí para lo que necesites-ella
alzó la cabeza para mirarle y sus ojos se encontraron por unos segundos..
-Esto…sí, gracias-Improvisó una
sonrisa y fue entonces cuando se dio cuenta de que o se iba ya o comenzarían a
temblarle las piernas-. Ahora tengo que irme. Voy a recoger unas fotocopias a
secretaría-Se despidió con la mano y desapareció entre el cúmulo de alumnos que
se arremolinaban en torno a los radiadores y las taquillas. Tras ella, Alex
sonrió y sacudió la cabeza mientras daba media vuelta para irse en dirección
contraria, manos en los bolsillos. Sin embargo, algo llamó su atención y volvió
a girarse.
Su amiga había chocado sin querer contra
alguien y parecía tener problemas. Porque ese alguien era, precisamente, la
persona más antipática del curso
-¡Ah, lo siento!-se estaba disculpando ella.
Frente a ella, una figura alta y delgada le miraba con el ceño fruncido:
Gerard, el fantasma de la clase, el que faltaba la mayoría de los días pero
sacaba notazas, que no quedaba nunca y se pasaba los recreos encerrado en la
biblioteca y en sus libros y cómics.
-¿Es que tus padres no te han enseñado a
mirar por dónde vas?-preguntó él con frialdad. Cerró el libro que llevaba entre
las manos y la miró altivamente. A Amy le sorprendió aquella pregunta tan
cortante, esa gran falta de educación. Tanto, que no supo qué responder. Gerard
alzó las cejas y la miró fingido reparo- ¡Ah, perdona! No había tenido en
cuenta que no tienes padres para educarte… disculpa-apuntó con la barbilla
hacia el interior de la clase y desapareció por la puerta. Amy abrió mucho los
ojos, sorprendida.
Las palabras se atascaban en su boca pero
no sabía muy bien qué responder. Solo se quedó allí, de pie, impasible ante la
gente iba y venía y la empujaban en todas direcciones. Dos lágrimas rodaron por
sus mejilas. Entonces, alguien le puso una mano en el hombro y dos brazos la
rodearon con cariño.
-Venga, no merece la pena que llores por
ese comentario tan estúpido-dijo la voz de Alex, al que pertenecían aquellos
brazos.
Rebecca se ruborizó por cuarta vez en la
misma hora y no pudo aguantar ni las lágrimas ni el temblor en las piernas.
-Será imbécil…-murmuró, hundiendo la cabeza
en el pecho de Alex.
-Lo es, el mayor subnormal del mundo. Hasta
Kratos sabría comportarse mejor en un concierto de música clásica que él. ¿Qué
sabrá el de educación?-le dio una palmaditas en la espalda-Venga, vámonos, que
llegaremos tarde a la próxima clase.
-Sí…-Amy se secó las lágrimas con las
mangas del jersey y se dio cuenta de que su pelo estaba mojado. Y no solo su
pelo, también la camiseta de Alex-Perdona por eso…-se disculpó bajando la
cabeza. Su amigo sonrió de nuevo. ¿Dónde tendría guardado el saco de los gestos
encantadores?
-No es nada, tonta. Venga, vamos.
Se
dio la vuelta para ir hacia la puerta y ella le siguió. Fue entonces cuando se
dio cuenta de que sentía algo en su pecho, algo que le dolía y que antes no
había estado ahí.
*
Quién quiera que haya intentando dormir en clase-y esto de seguro lo habremos hecho todos-sabrá que
puede resultar o muy cómodo o muy incómodo. Para Gerard, era siempre lo mejor
del mundo. Sí, los brazos se duermen cuando se lleva un tiempo en la misma
postura, pero qué mejor para aprovechar una buena hora de matemáticas. Usando
la sudadera a modo de almohada, la explicaión del profesor era lejana y le
adormilaba como si de una nana se tratase. Las voces de sus compañeros eran
oleadas que iban y venían y la lluvia cayendo fuera completaba el cuadro
perfecto para recuperar unas horas de sueño.
Gerard gruñó y se arrebujó aún más en la sudadera, a gusto y
calentito en su privilegiado lugar junto al radiador. Varios mechones rubios
caían desordenados hacia adelante, pero no le importaba el aspecto de su pelo.
Nada podría salir mejor. Nada, claro está, que no fuera el fin de la clase y
esa insoportable sirena que le repiqueteaba en los oídos. Arrugó el gesto y
volvió a gruñir, pero esta vez a modo de protesta. Se incorporó y bostezó
sonoramente, parpadeando para adaptarse a la repentina luz. Le dolían los
brazos un poco, y el cuello, pero había logrado descansar y eso le ponía de
buen humor. Se levantó arrastrando la silla y estiró las piernas también,
tratando de controlar el mareo que le recorría por haberse puesto de pie
demasiado rápido. Después, recogió la sudadera y se puso la mochila a un
hombro, pensando en lo genial que estaría que su madre le hubiese puesto un
bocata en la mochila esa mañana. La verdad es que empezaba a tener hambre.
La clase estaba vacía
para cuando él salió. Cuando sonaba la sirena que anunciaba el recreo, todos
salían volando como pájaros asustados e inquietos. Como si de verdad tuviesen
prisa por ir a algún sitio. “Inútiles…”, pensó Gerard. La verdad es que nunca
le habían caído muy bien los chicos de su clase, ni la gente en general. Tenían
comportamientos y formas de ser que él no entendía y se perdía en las
conversaciones. Hacía mucho que no quedaba con algún amigo, y de algún modo se
sentía atrasado con respecto a lo que le correspondía hacer. Desde niño, había
sido una persona solitaria, inmersa en sus libros y sus historias, con una
capacidad mental superior a la media pero sin saberla aprovechado del todo. Por
eso mismo consideraba inferior a todo aquel cuya forma de ser fuera imposible
de entender para él. Y era por eso que toda la gente de su clase estaba en su
larga lista de “personas que ignorar”.
Normalmente su humor era
triste y melancólico, distraído, con la cabeza gacha y dándole vueltas al
último libro que hubiera leído, y frustrado por no comprender lo que le
rodeaba. Pero hoy silbaba alegremente y hasta tenía hambre, por no olvidar la
siestecita en clase de matemáticas. Dormir siempre pone de buen humor a todo el
mundo, ¿o no? Estaba siendo un buen día, sin duda.
Sin embargo, al salir de
clase, todo su optimismo se volatilizó al instante, como una pirámide de naipes
que se desmorona al ir a colocar la última carta. Había gente junto a la puerta
del aula, en el pasillo, esperándole. Gente con la que no quería hablar. Eran
cuatro chicos, de su clase. Ninguno le superaba en altura, y eso que él tampoco
es que fuera muy alto, pero aún así sintió miedo y confusión, como si fuera un
animalillo acorralado.
Arrugó el gesto por
tercera vez y pensó en modos de escapar. "Veamos lo que aprende uno viendo
The Walking Dead..." pensó casi con una sonrisa nerviosa. Pero ellos estaban ocupando el pasillo por
ambos lados, y de frente solo estaba el hueco de las escaleras. ¿Quizá entre
ellos? No... demasiado arriesgado.
-Hola, Gerard-saludó uno de sus compañeros, interrumpiendo sus
pensamientos. Sonreía ampliamente, pero quizá sólo estuviera tratando de
destensar el ambiente.
-Esto...hola, buenos días-respondió él esquivamente. Y acto
seguido intentó pasar entre ellos, pero le cerraron el paso.
-Escucha, solo queremos hablar contigo, ¿vale?-dijo un segundo,
poniéndole un mano en el hombro.
-Mira que es raro-masculló un tercero.
Gerard apretó los dientes
y cerró las manos en un puño, pero se contuvo.
-¿Qué queréis? Ya-ladró.
-A ver, primero tranquilizate-dijo el primer compañero que había
hablado-No venimos a pegarte, como en las películas americanas. Ni ha robarte
el dinero del bocadillo, ¿está bien?
-No me hables como si fuera un niño pequeño-siseó Gerard.
-Te comportas como tal-murmuró uno de los chicos que le rodeaban.
-¡¿Queréis callaros!?-gritó el primero dándose la vuelta hacia sus
compañeros. Los otros tres tragaron saliva y dieron un paso atrás-Mira,
queremos ayudarte-Gerard abrió la boca para protestar-No, no nos digas que no
necesitas ayuda-le interrumpió-Porque sé que sí la necesitas. Somos compañeros,
¿si? Compañeros de clase. Y no es que nos caigas estupendamente bien, pero
debemos hacer por estar bien con todos, ¿me sigues? Y se te ve muy solo
siempre, así que no estaría mal que te integraras-respiró hondo para
tranquilizarse y moderó su tono de madre enfadada para dar paso a uno más
amistoso-Vamos a ir a la bolera este sábado, podrías venirte.
Aquella sonrisa que se
dibujaba en su cara era amigable, simpática, sincera. Una sonrisa contagiosa.
Tras él, sin embargo, los otros tres miraban al suelo con nerviosismo o hacia
la puerta, como si ansiaran dejar aquella conversación tan incómoda. Aún
quedaba gente en el pabellón, pues era un día de lluvia y nadie quería salir
fuera, y todos les miraban, algunos hasta se sorprendían al descubrir que
Gerard era capaz de entablar una conversación. Varios cuchicheos iban y venían
su alrededor, de una conversación a otra. Ser el punto de interés no era cómodo
para él, y mucho menos tener que darles una negativa.
Paseó la mirada,
nervioso, por los cuatro rostros que esperaban una respuesta. El chico que
había hablado con él tenía el pelo castaño y los ojos verdes, una combinación
de lo más curiosa que se daba sólo en los libros, recordó. ¿O quizá eso también
existía en la vida real? No sabría decirlo a ciencia cierta. Sus tres amigos
esperaban en una posición relegada, y se sintió como un viajero siendo atracado
por los bandidos a mitad del camino.
Tras unos segundos de
tensión y en silencio, uno de los chicos del círculo chasqueó la lengua y
cambió el peso de una pierna a otra.
-Ya te dijimos que no aceptaría ni de coña-le palmeó el hombro al chico de los ojos
verdes en un
gesto de "te lo
dije"-Vámonos.
Los cuatro se dieron la vuelta
hablando entre sí y Gerard soltó el aire, dándose cuenta de que había apretado
los puños demasiado fuerte y se estaba haciendo daño. Pero el peligro había
pasado.
Dio media vuelta, con una
mano en el asa de la mochila, y se propuso alejarse de allí lo más rápido que
pudiera. Los alumnos que llenaban el pabellón, apretujados contra los
radiadores, también parecían sentirse
aliviados al haberse disuelto el grupo. Puede que después de todo aquello sólo
hubiera sido un susto.
-Espera, un momento-le detuvo una voz tras él. Varias personas
pegaron un respingo y ya ni siquiera se molestaron en disimular que miraban
hacia ellos. Gerard no se giró y siguió andando-¡Te he dicho que esperes un
momento, esto no se puede quedar así!
Se paró poniendo los ojos
en blanco y dio media vuelta. “¿Qué querrán ahora?”, pensó. Y se llevó una
sorpresa al ver que uno de los chicos se dirigía hacia él, seguido muy de cerca
por los otros, que revoloteaban a su alrededor como abejas nerviosas.
-¡Tú!-le espetó, señalándole con el dedo-¿Quién te crees que
eres, eh? Hemos tenido que recibir sermones por parte de los profes para
integrarte. Nos obligan a meterte en el grupo. Y nos hemos tragado nuestro
orgullo para ceder. ¿Te crees que a alguien le apetece que te vengas con
nosotros?
Se detuvo para tomar aire
mientras los demás trataban de sujetarle.
-Alex, tío, vámonos-dijo uno de ellos, intentando tirar de él en
dirección contraria.
Gerard alzó una ceja,
habían captado su atención. “Alex…” ¿no era ese el chico que más hablaba de su
clase, el que mejor se llevaba con todos y el ojito derecho de los profesores?
Sin duda era él, pero esa expresión de ira en su rostro no era algo propio de
su carácter.
Ahora más que nunca, la
gente escuchaba y miraba.
-No nos importas, Gerard. A nadie-la voz de Alex era ahora más calmada,
pero aun así amenazadora. Sus amigos intentaban retenerle, en tensión-Vas por ahí creyéndote
lo mejor, con la cabeza bien alta, como si fueras el rey del lugar. Al
principio pensé que quizás llegarías a caerme bien si empezabas a salir con
notros, pero ¿qué? ¿Te crees más que nadie? Los libros no llevan a ninguna
parte si te hacen ser así. No vas a ser nadie en la vida, te quedarás solo y
morirás solo-le sostuvo la mirada con rabia y orgullo durante unos segundo y
después añadió-Me das pena-Gerard alzó las dejas en un gesto de sorpresa
sarcástica.
-A mí me dais pena vosotros-respondió.
Los cuatro compañeros se
abalanzaron sobre su Alex para evitar el conflicto, en medio de una oleada de
"¡Ya vale, nos vamos!" "¡Lo estás empeorando!", pero no llegaron
a tiempo. Para cuando quisieron cogerle Gerard bajaba la cabeza para mirar con
expresión de asombro al chico que le agarraba con fuerza de la camiseta. Varios
murmurllos de asomobro se elevaron entre el gentío y muchos alumnos se pusieron
de pie, alarmados, y se separaron de los radiadores.
-¿Recuerdas lo que hiciste ayer?-su pregunta era un siseo
amenazador. Todos aguantaban la respiración.
-Seguramente dormir en clase y pasar de las explicaciones de la profesora-respondió Gerard.
-No te estoy preguntando cómo echaste a perder tu vida, sino si
recuerdas algo de la clase de inglés de ayer.
-Ni una palabra. Ni el nombre de la profesora, fíjate.
-Eres un desgraciado-le espetó, agarrándole más feurte de la
camiseta-¡Eres un maldito egocéntrico de mierda!-gritó, zarandeándole con
fuerza.
De repente, sus manos
perdieron fuerza y soltó a Gerard con un gemido de dolor. Con las manos aún
crispadas, se dobló sobre sí mismo y cayó de rodillas. Ante el asombro de
todos, Gerard aún tenía el brazo en alto y la mano cerrada en un puño, la misma
con la que le había asestado un golpe en la boca del estómago.
-Joder, esto no es bueno...-inquirió uno de sus amigos,
agachándose para ayudar a Alex a ponerse en pie- Ya basta, vámonos, es suficiente, te lo estamos diciendo
todos...
Haciendo caso omiso a los
chicos de clase, Gerard se quitó la mochila y la dejó caer a un lado, junto a su
sudadera. El silencio era sepulcral. Anduvo hacia su contricante con lentitud,
como si estuviera disfrutando del momento. Se paró frente a él y le miró con asco,
como si algo podrído se hubiese puesto en su camino. Alex, de rodillas, alzó la
cabeza para observarle con odio.
-Ya está bien, venga-tartamudeó una chica que estaba sentada cerca
de ellos-No está bien discutir aquí, podríais acabar expulsados.
Pero ninguno de los dos
estaba escuchando, solo querían acabar con lo empezado. Se miraron durante unos
segundos, los ojos entrecerrados. De repente, con un gritó, Alex se abalanzó
sobre Gerard, quien cayó al suelo dándose un golpe fuerte en la cabeza. Pero no
tuvo tiempo de preocuparse por eso, porque él ya estaba encima de él y varios puñetazos
comenzaron a lloverle en la cara. Se cubrió con los brazos y aguantó apretando
los dientes, pensando en las miles de peleas que había leído tantas y tantas
veces. ¿Qué demonios debía hacer? Nunca había estado en una situación así. Sin
embargo fue su instinto el que le obligó a retorcerse para zafarse de Alex y
tirarle a un lado. Una exaclación colectiva hizo que círculo de alumnos que se había
formado a su alrededor diese un paso atrás.
La adrenalina corría por las venas de ambos y apenas notaban el dolor de los brazos.
Solo ganas de más.
-¡Aún no me has contado qué hice en clase de inglés!-gritó Gerard, buscando pinchar a su
contrincante.
Alex apretó los dientes y
le miró con odio.
-Hiciste llorar a Amy. Eres un bestia, Gerard. ¡Hacer llorar a una
chica es
pasarse, ella no te hizo nada!
Una exclamación entre el
público delató que la persona mencionada se encontraba presente, pero ninguno
de los dos estaba prestando atención a nada más que a la pelea que les traía
entre manos. Amy,
la aludida, se abrió paso entre la masa de gente, con los ojos muy abiertos.
-¡Alex, ya basta!-chilló. Las lágrimas se acumulaban en
sus ojos azul grisaceo.
Pero sus gritos solo
hicieron que la tensión aumentara aún más, ahora que la causa por la que
luchaban estaba presente. Ganar para Alex era vengar a Amy,; perder, quedar en
ridículo delante de sus compañeros, los que le tenían por uno de los mejores
alumnos del colegio. Sería toda una decepción para ellos.
Gerard, por su parte,
buscaba la victoria para demostrarse a sí mismo que era posible vencer a todos
aquellos seres inferiores que se atrevían a cuestionar su superioridad. Perder
significaría echar abajo todo su orgullo y reputación, y lo que es más
importante, el miedo que le tenían los demás.
La tensión aumentaba
mientras los dos se observaban en silencio. Gerard sentía que estaba a punto
de explotar, que ya no era él quién se movía, sino solo su cuerpo, de un modo
en el que nunca antes lo había hecho. ¿Era así como se sentían los personajes
de los videojuegos? ¿Controlados por la ira del jugador que los dirige? Antes
de saber qué estaba pasando ya había arremetido contra Alex con las manos por delante
y de un empujón le tiró hacia atrás.
Él gritó de asombro,
arrastrado por aquella fuerza arrolladora, y se preparó para impactar contra el
suelo. Pero el golpe no llegó. En vez de eso se clavó en los riñones la
barandilla metálica que rodeaba del hueco de las escaleras y trató de mantener
el equilibrio. Seguramente lo hubiera logrado si Gerard se hubiera detenido a
tiempo, pero todo su peso cayó sobre él y antes de que pudiera darse cuenta su
cuerpo se echaba hacia atrás oscilando sobre el abismo. Debajo, muchos metros y
un tramo de duras escaleras.
Alguien de entre el
público gritó su nombre y todos se pusieron en pie. Fueron unos segundos,
apenas nada, pero sí lo suficiente como para que las manos de Alex tantearan en
el vacío algo a lo que agarrarse antes de caer. Allí estaban las manos de
Gerard intentando coger las suyas frenéticamente pero no las alcanzaron.
El golpe llegó pronto,
desagradable y seco. Algo se atascó en la garganta del que miraba hacia abajo,
hacia su contrincante caído y tirado en los escalones. Había caído de cabeza y
sus ojos vacíos le miraban sin expresión alguna, como si le suplicara, y las
manos del de arriba seguían tendidas hacia delante como si esperase que aún
hubiera algo que salvar. Pero ya estaba todo perdido.
Nadie reparó en él, el
pabellón era un caos. Cientos de alumnos corrían a ayudar a Alex y gritaban
desesperados, sus amigos lloraban y se elevaban murmullos y gritos tales como:
“Dios mío, está muerto”; “¿Se mueve? Dime que se mueve”; “¡Una ambulancia,
rápido, llamadla!”; “‘¡Aquí, alguien, ayudadme a bajarle al suelo!”;
“Necesitamos a un profesor”!, “¡Que vengan mientras de la enfermería!”, y más
cerca del caído, casi en susurros, las voces de sus amigos repetían con letanía
palabras tales como: “Venga, Alex, te vas a poner bien”; “No ha sido nada,
aguanta, verás que solo ha sido un golpe”; “No cierres los ojos, aquí,
miráme….eso es. Vale. ¡No, no, no te vayas! Escucha, mira, Amy está aquí, con
nosotros, enseguida te tiendo su mano, ¿la sientes?”.
Gerard era el único que
aún observaba desde arriba, congelado e inmóvil en aquellos ojos castaños que
le miraban fijamente, cerrándose de tanto en tanto y abriéndose al recibir
golpes en la cara para animarle. Pero hablara quien hablara a Alex no dejaba de
mirar a otro lado, impasible frente a la multitud de alumnos y profesores que
se aglomeraban a su alrededor yendo y viniendo en el caos general.
Y allí estaba Amy. La
chica pelirroja a la que había hablado mal, apretando con fuerza la mano de su amigo entre las suyas y llorando sin importarle
que los demás la vieran. Sus sollozos se elevaban por encima del griterío y no
tardó en acudir una chica a abrazarla y sacarla de allí, pero ella se agarraba
a la mano de Alex como un náufrago a una balsa. Era un cuadro abrumadoramente
trágico.
No pasó mucho tiempo
cuando vinieron de enfermería y ordenaron a varios alumnos que le cogieran de una
determinada manera y le sacaran de las escaleras, porque él no podía moverse.
Dos chicas agarraron a Amy de los brazos para dejar espacio a las enfermeras.
Lo último que vio Gerard fue un leve gesto de su mano tratando de levantarse
hacia él y con un soberano esfuerzo Alex le levanto el dedo anular de la mano
derecha antes de desaparecer en el piso de abajo.
-¡Mierda, joder!-gritó llevándose las manos a la cabeza.
“Estaba siendo un buen
día”, pensó para sí, “un maldito buen día, sin nadie que me molestara,
durmiendo en la clases y con el primer bocadillo para merendar en meses”.
Agarró la barra de metal del hueco de las escaleras y cayó sobre sus rodillas;
las pegó al pecho para luego abrazarlas. Hundió la cabeza en ella y se quedó
así en una bola, alejado del mundo. “¿Por qué? Yo no quería esto, fue un error,
un puto fallo de cálculos… ¿morirá? ¿He matado a alguien?”. La sola idea le
producía escalofríos. “Debo huir”, concluyó, “huir de todos... “.
-¿Y qué harías después?-dijo una voz a su lado. De pronto las
voces de los alumnos, los gritos de Amy, las peticiones de los profesores de
espacio y silencio, todas desaparecieron-Nunca podrás huir de tí mismo por muy
lejos que vayas.
El caso es que a Gerard
le sorprendió el hecho de que aquella voz perteneciera a una niña que,
supuestamente, debería estar en el pabellón de primaria. Y que además hubiera
hablado siguiendo el curso de sus pensamientos, como si pudiera leerlos. Pero
tal era el dolor y la angustia que le carcomía por dentro que no preguntó por
ello.
-Déjame en paz-fue lo único que se atrevió a murmurar con la voz
rota-Vete, solo merezco morir después de ésto.
-Tu vida vale mucho, Gerard-al oír su nombre pegó un leve respingo
y se despertó su curiosidad-Yo puedo arreglar esto, tu error, y redimir tu
culpa ¿Sabes?
Ese chico,
Alex, ha recibido un golpe crítico en la columna vertebral, además de otros
golpes de menor importancia. Se quedará paralítico…toda su vida.
Gerard se encogió aún más
en sí mismo y varias lágrimas saladas comenzaron a escurrirse por sus mejillas.
-Jamás debería haberme implicado en esa pelea-murmuró él para sí
en voz alta-Joder, no entiendo a la gente y en parte odio su mediocridad.
-Yo entiendo que no desearas su muerte-interrumpió ella. Una
manita infantil comenzó a acariciarle el pelo en un gesto de consuelo.
-No, no lo entiendes. Yo desee su muerte, sus muertes. Me creía el
mejor de todos, llevan razón. Soy un egoísta, soy un incomprendido, soy una
persona completa y absolutamente despreciable que no merece esta vida. ¡Debería
ser yo el que se hubiera caído!-alargó los brazos hacia adelante y exclamó-¡Me
quedé ahí, así, de este modo! ¡Inútil, lo mismo le serví entonces que le serviré
el resto de su vida!
La niña le observó
durante unos segundos
con un gesto de dolor en la cara. Por primera vez vio Gerard su rostro y sus
ojos se abrieron por la sorpresa. Bajo la luz de las lámparas del pasillo del
instituto parecía más muerta que nunca y sus ojos negros brillaban
siniestramente. Parecía llevar “MUERTE” escrita en la frente.
-Lo sabía…-murmuró Gerard. Las lágrimas se atascaban en su
garganta y le hacían difícil el habla-Has venido para llevarme, y luego
llevarte a Alex…-bajó la cabeza al suelo y luego la sacudió, confundido-Pues no
tardes, adelante...
La Muerte sonrió y le
acarició una mejilla con cariño.
-¿No dije que venía para borrar tu culpa?-murmuró-Dime, ¿qué
serías capaz de hacer para salvar a ese chico?
Gerard le sostuvo la
mirada con determinación y se secó las lágrimas. Frunció le ceño. La respuesta
flotaba ya en el aire antes de que saliera de sus labios:
-Cualquier cosa.
La Muerte volvió a sonreír.