domingo, 30 de noviembre de 2014

Capítulo 2- "A nadie le importas, Gerard"



Los sueños eran blandos y confortables en la cabeza de Amy, acunándola en mundos imposibles y en situaciones increíbles que siempre había querido vivir aunque la realidad se lo impidiera. Podría haber jurado mil veces que aquello estaba pasando de verdad, lo que veía en esos sueños. Pero por desgracia un sonoro estruendo de guitarras eléctricas la arrancó de los brazos de Morfeo con más brusquedad de la que le gustaría.

   Gruñó, molesta, y sacó un brazo de debajo de la colcha de su cama. Tanteó la mesilla de noche con otro gruñido hasta que palpó el móvil y tardó varios intentos para deslizar el dedo en la pantalla y apagar la condenada alarma.”Debo buscar algo más melódico para por las mañanas”, pensó arrugando el gesto. Se removió un poco con pereza para estirarse luego debajo de las mantas. Solo entonces decidió que ya era hora de levantarse.

   Primero sacó un pié de la cama y lo posó sobre el suelo lentamente. Estaba frío. Y el interior de la cama calentito. ¿Quién en su sano juicio era capaz de reunir suficiente fuerza de voluntad como para salir de ahí? Ni aunque el mismísimo Gandalf le dijera que se levantase de una maldita vez lo haría.

   “Cinco minutos más…”pensó Amy, hundiendo la cara en la almohada, acurrucándose contra los cojines que le rodeaban y tirando varios al suelo. Sus cabellos pelirrojos se esparcían por la almohada en bucles desordenados. Estaba a punto de volver a caer dormida cuando escuchó unos pasitos apresurados que se encaminaban a su habitación. “No, por Dios… Dime que solo va al baño…” La puerta del cuarto se abrió.
   -¡Amy!-dijo la voz de Rebecca desde la entrada- ¡Vamos a llegar tarde las dos por tu culpa otra vez! ¡Levanta de ahí!
   -¡Ya voy, ya voy…!-protestó ella con voz cansina, pero haciendo caso omiso de las órdenes de su amiga.

   Vivía con Rebecca desde que sus padres murieron en un accidente de tráfico, cuando tan solo tenía ocho años y ningún familiar dispuesto a cuidar de ella. Afortunadamente su madre y la de Rebecca eran amigas de la infancia, y se encargó de Amy como prueba de su afecto hacia su compañera fallecida.

   -¡¿Me estás escuchando?!
   -Cinco minutos más…
   -¡Amy, o te levantas o te tiro el desayuno encima del ordenador! ¡No puedes quedarte viendo series hasta las cuatro de la mañana!
   -No estaba viendo series…
   -Entonces estabas leyendo cómics.
   -Mangas-corrigió su amiga.
  -Lo que sea. ¡Levanta!-como respuesta Amy alargó la mano hasta su peluche de Pikachu y se lo tiró a su amiga.

 -Pikachu, te elijo a ti…-farfulló con cansancio. Rebecca lo atrapó al vuelo.
   -Bien. Voy a meter a Pikachu en la lavadora con agua fría. Si se estropea es tu culpa por no levantarte-Amy se incorporó como movida por un resorte mientras su amiga salía al pasillo corriendo, peluche en mano.
    -¡No te atreverás!-gritó, volando tras ella.

  Para cuando quiso darse cuenta del truco tan previsible en el que había caído ya era demasiado tarde para dar media vuelta. A decir verdad, el mismo truco, o casi el mismo, de todas las mañanas.

   No había nadie a esas horas en la casa. El padre de Rebecca salía muy pronto para ir a trabajar y su madre dormía hasta tarde. Aún era de noche fuera, aunque comenzaba a clarear a lo lejos. “¿Por qué levantarse tan temprano, si ni siquiera el mundo está preparado para despertar?”, pensó Amy para sí mientras entraba en la cocina frotándose los ojos.

  Tal y como esperaba, Pikachu descansaba en la mesa, lejos de la lavadora y a salvo. Una mañana más.

   Rebecca estaba metiendo dos tazas de leche en el microondas y en la encimera descansaban los dos sándwiches para el almuerzo a media mañana. Amy se detuvo para observar cómo trabajaba casi con una sonrisa. Su amiga se había recogido el pelo en una práctica coleta y las dos mangas del jersey estaban remangadas: la descripción perfecta de quien llevaba tiempo despierto y trabajando. Y ella aún en pijama y sin peinar, menudo desastre…

  -¿Piensas quedarte toda la mañana viendo como hago lo que tendrías que estar haciendo tú, o me vas a ayudar con las tostadas?-preguntó ella bruscamente, a la vez que habría el lavavajillas en busca de una cuchara.
  -Perdoooona, ahora voy.

  Amy sacó la tostadora de un armarito y se puso de puntillas para alcanzar el pan de molde que guardaban junto al pan de barra en otro armarito un poco más alto.

  -¿Podrías cogerme un cuchillo y dos cucharas más?-le preguntó a Rebecca justo con ella estaba terminando de cerrar el lavavajillas. Su amiga le fulminó con la mirada y Amy se encogió en sí misma-Perdona…-murmuró.

 -Si no fuera por mí no sé qué harías…-farfulló Rebecca. Después improvisó una sonrisa y añadió, un poco más calmada-Anda, venga, apresúrate con las tostadas que hay poco tiempo y estás aún sin vestir.

  Amy asintió mientras se peleaba con el tostador. Estaba ya un poco roto y era difícil ajustar el tiempo y que las tostadas bajaran, por no decir ya que subieran. Era todo un arte hacer tostadas en ese trasto sin que salieran requemadas o demasiado crudas. Mientras esperaba a que se hicieran, voló a su habitación a vestirse y regresó a la cocina con los primero que había encontrado en el armario: vaqueros, camiseta de manga larga, sudadera y unas converse negras.

   Se apresuró a sacar las tostadas y prepararlo todo encima de la mesa. Después las dos amigas se sentaron casi con un suspiro de satisfacción. Por primera vez pudieron disfrutar de unos segundos de descanso, interrumpidos por el tic-tac incesante del reloj que descansaba en la pared de enfrente. Por lo demás, el silencio era sepulcral en la cocina de paredes blancas y cuadros de flores en soportes de madera.

   Amy untaba distraídamente mermelada de fresa en dos tostadas al tiempo que miraba un vídeo en el móvil con los cascos, concentrada en él como si no existiera otra cosa, ni siquiera reparó en que se estaba empezando a untar los dedos en vez de las tostadas.  Rebecca se apartó un mechón de cabello castaño de la cara y la miró con una sonrisa.

   -¿Quién ha subido vídeo?-preguntó.
  -Gray. Una crítica sobre lo “complicados” que son los juegos de hoy en día. No sé de qué se queja, para él todos son fáciles, o eso parece cuando se le ve jugar-Rebecca sacó las tazas del microondas y las colocó sobre la mesa del centro de la cocina- Para jugar así ha tenido que pasar varios años entrenándose en un templo sagrado perdido en medio del Himalaya, aprendiendo el noble arte de pulsar botones y teclas a velocidades inimaginables-Rebecca contuvo una carcajada mientras se sentaba- ¡No te rías!-le increpó Amy levanto los ojos por primera vez de la pantalla del móvil- ¡Este hombre se pasa los juegos como churros! Ya me gustaría a mí que por casualidad cayese en mi equipo en algún online. Victoria asegurada, te lo digo yo-Rebecca observó a su amiga mientras se comía las tostadas, anonadada con el vídeo. “No tiene remedio”, pensó con cariño.

   -¿Vendrás esta tarde a casa?-le preguntó mientras le daba un sorbo a su taza. Amy levantó la vista por segunda vez de la pantalla del móvil.
   -Voy a acompañar a Alex a un par de tiendas. Tiene que comprarle a un amigo un regalo porque van a celebrar su cumpleaños dentro de poco en la bolera, así que…
   -Supongo que os tomaréis un helado por el camino y puede que quizás…-insinuó Rebecca, dándole un sorbo a la taza de leche. Amy le lanzó una mirada asesina cargada de odio.

   Alex era solo un compañero de clase para Rebecca, pero Amy estaba cada vez más encima de él, sobre todo desde el último viaje de fin de curso. Desde que eran pequeños había habido un grupo de amigos que se mantenía desde el principio, pero se había ido reduciendo cada vez más hasta quedar muy poca gente. Alex era el que se apuntaba siempre a un bombardeo, hubiera los exámenes que hubiera. No había nadie más dedicado a sus amigos ni más interesado en mantenerlos unidos. Con solo verle los ojos de Amy se iluminaba y en los rostros de todos se podía ver la admiración hacia el mejor chico del curso. Un chico que, además, no estaba nada mal…

  -Vamos a comprar un regalo. Punto y final-sentenció su amiga sacando a Rebecca de sus pensamientos. Se había ruborizado levemente.
  -Sí, sí… final, final…-dejó la taza sobre la mesa y volvió a colocar las mangas del jersey en su sitio. Fue entonces cuando Amy advirtió el cardenal que sobresalía justo al lado de la muñeca de su mano izquierda, oscuro pero no morado ni con un aspecto terrible. Pero un cardenal al fin y al cabo. Frunció el ceño. Alex se había disipado ya en su cabeza y otros asuntos ocupaban ahora su mente.
 -Rebecca, ¿qué es eso?-dijo, muy seria, levantándose de la mesa e inclinándose hacia delante para ver mejor. Ella tiró de la manga para taparlo.
   -Nada-respondió con una sonrisa forzada.
  -¿Qué te ha hecho?-Amy trató de cogerle del brazo para ver mejor el golpe, pero Rebecca la apartó con un fuerte manotazo.
 -¡Nada!-se levantó también, arrastrando la silla ruidosamente, y salió de la cocina con paso rápido. Amy se masajeó el antebrazo dolorido, allí donde su amiga le había golpeado.
  -¡Rebecca!-llamó, pero no obtuvo respuesta. Se dejó caer en la silla de nuevo y apuró lo que quedaba en su taza, pensativa.

   En todo el tiempo que llevaba en esa casa no había habido nada de lo que quejarse. Los padres de Rebecca habían sido y eran muy buenos con ella, la trataban como a una hija más y la verdad es que les debía mil  favores por lo que habían hecho por ella. Pero había una sombra en la felicidad fingida que se respiraba allí.
   Delante de ella todos pretendían ser una familia feliz y sonriente, pero en las horas nocturnas había escuchado discusiones en las habitaciones contiguas, golpes y gritos. No se había atrevido a preguntar, y de hecho todos pensaban que ella dormía y por eso se atrevían a alzar la voz. Pero Amy estaba muy despierta en esas situaciones, y más de una vez había visto moratones en el cuerpo de Rebecca.

   Quería saber qué estaba pasando, pero todos se mostraban esquivos si intentaba tocar el tema. Una de las cosas que agradecía de vivir en aquella casa era poder seguir practicando ballet con su amiga, lo que más las mantenía unidas. Pero solamente mencionar las clases, o la pregunta de “¿qué tal hoy los ensayos?”, hacía que Rebecca se tensara.

   Amy estaba empezando a sospechar que todo tenía que ver con el ballet. Su amiga se dedicaba a ello con esfuerzo, vertía todas sus fuerzas en el ballet, vivía para ello, y a veces superaban los límites de su capacidad y se quedaba tiempo extra después de las clases. Pero verla bailar era toda una maravilla, y Amy se sentía orgullosa en esos momentos de ser su amiga. Rebecca no hacía ballet, volaba en el escenario, giraba y se movía con fluidez y elegancia, te invitaba a soñar a medida que se deslizaba al compás de las notas del piano.

    Paró el vídeo del móvil con un suspiro pesaroso y se acabó las tostadas. Se sentía impotente por no poder hacer nada para ayudarla, pero decidió posponer la conversación para más tarde. No quería empezar el día con mal pie.

*

   -¡¿Qué?! ¿Un cinco en inglés?-exclamó Amy mientras se levantaba de la silla a toda velocidad-Pero…
    “Con que quería empezar el día con buen pie…”, murmuró para sí mientras se dejaba caer en la silla de nuevo. Sacar malas notas tampoco supondría bronca en casa, porque no había padres que la regañaran, pero aún así se sentía muy mal. “¿Una nota tan baja en una asignatura tan fácil? Esto me pasa por llevarme mal con la profesora…”

    Gruñó y echó el cuerpo hacia delante, doblando los brazos y apoyando la cabeza en ellos. Suspiró y cerró los ojos, dejando que la hoja del examen, llena de tachones y apuntes en rojo, se deslizara a un lado. Y así permaneció hasta el final de la clase de inglés, cuando unos golpecitos en el hombro derecho la sacaron del estado de duermevela en el que se había sumido. Se dio la vuelta con un bostezo, frotándose los ojos con los dorsos de las manos, y se topó con la cara de Alex. Tenía el cabello castaño y los ojos verdes, como en los libros, y una sonrisa más bien contagiosa. Solamente verle hizo que definitivamente terminara de despertarse.
    -Oye, ¿has dormido bien? Te noto distraída-dijo, apoyando el brazo en el respaldo de la silla.
    -Esto…no-improvisó con una sonrisa-Quieeero decir si…esto…si, creo haber dormido bien-las palabras se le trababan y no sabía ya ni lo que decía. Se ruborizó un tanto para su sorpresa, ¿desde cuando le pasaba eso delante de Alex?- Todo el mundo está distraído en clase-añadió, ya menos temblorosa-Pero bueno. Dos horitas más de insufrible aburrimiento y me voy a casita a tocarle las narices a Rebecca-bromeó. Alex sonrió, divertido.
    -Por cierto, ¿qué tal está?-Amy abrió la boca para contestar, pero se dio cuenta de la cantidad de gente que había a su alrededor. No quería hablar allí. Se puso en pie y recogió sus cosas a la velocidad de la luz, para luego agarrar a Alex del brazo y salir al pasillo, donde hubiera menos oídos prestos a escuchar conversaciones ajenas.
    -Esta mañana Rebecca tenía otro moratón en el brazo…-bajó la cabeza para mirar al suelo, en parte por tristeza y en parte porque era incapaz de sostenerle la mirada a su amigo. Una cortina de bucles pelirrojos ocultó parcialmente sus ojos. Alex frunció el ceño- Le pregunté si su madre le había hecho algo, pero…
    -Pero se enfadó y se largó, como siempre-completó. Amy apretó los labios y asintió.   Él sacudió la cabeza, apoyándose en la pared a su derecha cruzado de brazos-. Tienes que hablar con ella seriamente, Amy. Esa situación es insostenible, no vas a aguantar mucho más sin acabar explotando. Y es en esos momentos cuando dices cosas que nuca dirías solo por desahogarte, y luego te arrepentirás, pero será tarde.

    -Ya, pero ¿qué digo? ¿Qué hago para que no se vaya corriendo con solo sacar el tema?-Alex abrió la boca para contestar, pero no se le ocurrió nada que decir. Amy le señaló con el dedo índice- Ahí lo tienes, ese es el gran problema-Alex se encogió de hombros con un suspiro de rendición.
   -Yo tampoco tengo idea… En cualquier caso, si necesitas ayuda sólo dímelo. Sabes que estoy ahí para lo que necesites-ella alzó la cabeza para mirarle y sus ojos se encontraron por unos segundos..
  -Esto…sí, gracias-Improvisó una sonrisa y fue entonces cuando se dio cuenta de que o se iba ya o comenzarían a temblarle las piernas-. Ahora tengo que irme. Voy a recoger unas fotocopias a secretaría-Se despidió con la mano y desapareció entre el cúmulo de alumnos que se arremolinaban en torno a los radiadores y las taquillas. Tras ella, Alex sonrió y sacudió la cabeza mientras daba media vuelta para irse en dirección contraria, manos en los bolsillos. Sin embargo, algo llamó su atención y volvió a girarse.

    Su amiga había chocado sin querer contra alguien y parecía tener problemas. Porque ese alguien era, precisamente, la persona más antipática del curso

    -¡Ah, lo siento!-se estaba disculpando ella. Frente a ella, una figura alta y delgada le miraba con el ceño fruncido: Gerard, el fantasma de la clase, el que faltaba la mayoría de los días pero sacaba notazas, que no quedaba nunca y se pasaba los recreos encerrado en la biblioteca y en sus libros y cómics.
    -¿Es que tus padres no te han enseñado a mirar por dónde vas?-preguntó él con frialdad. Cerró el libro que llevaba entre las manos y la miró altivamente. A Amy le sorprendió aquella pregunta tan cortante, esa gran falta de educación. Tanto, que no supo qué responder. Gerard alzó las cejas y la miró fingido reparo- ¡Ah, perdona! No había tenido en cuenta que no tienes padres para educarte… disculpa-apuntó con la barbilla hacia el interior de la clase y desapareció por la puerta. Amy abrió mucho los ojos, sorprendida.
    Las palabras se atascaban en su boca pero no sabía muy bien qué responder. Solo se quedó allí, de pie, impasible ante la gente iba y venía y la empujaban en todas direcciones. Dos lágrimas rodaron por sus mejilas. Entonces, alguien le puso una mano en el hombro y dos brazos la rodearon con cariño.

   -Venga, no merece la pena que llores por ese comentario tan estúpido-dijo la voz de Alex, al que pertenecían aquellos brazos.    
    Rebecca se ruborizó por cuarta vez en la misma hora y no pudo aguantar ni las lágrimas ni el temblor en las piernas.
    -Será imbécil…-murmuró, hundiendo la cabeza en el pecho de Alex.
   -Lo es, el mayor subnormal del mundo. Hasta Kratos sabría comportarse mejor en un concierto de música clásica que él. ¿Qué sabrá el de educación?-le dio una palmaditas en la espalda-Venga, vámonos, que llegaremos tarde a la próxima clase.
    -Sí…-Amy se secó las lágrimas con las mangas del jersey y se dio cuenta de que su pelo estaba mojado. Y no solo su pelo, también la camiseta de Alex-Perdona por eso…-se disculpó bajando la cabeza. Su amigo sonrió de nuevo. ¿Dónde tendría guardado el saco de los gestos encantadores?
    -No es nada, tonta. Venga, vamos.
Se dio la vuelta para ir hacia la puerta y ella le siguió. Fue entonces cuando se dio cuenta de que sentía algo en su pecho, algo que le dolía y que antes no había estado ahí.

*

    Quién quiera que haya intentando dormir en clase-y esto  de seguro lo habremos hecho todos-sabrá que puede resultar o muy cómodo o muy incómodo. Para Gerard, era siempre lo mejor del mundo. Sí, los brazos se duermen cuando se lleva un tiempo en la misma postura, pero qué mejor para aprovechar una buena hora de matemáticas. Usando la sudadera a modo de almohada, la explicaión del profesor era lejana y le adormilaba como si de una nana se tratase.    Las voces de sus compañeros eran oleadas que iban y venían y la lluvia cayendo fuera completaba el cuadro perfecto para recuperar unas horas de sueño.

   Gerard gruñó y se arrebujó aún más en la sudadera, a gusto y calentito en su privilegiado lugar junto al radiador. Varios mechones rubios caían desordenados hacia adelante, pero no le importaba el aspecto de su pelo. Nada podría salir mejor. Nada, claro está, que no fuera el fin de la clase y esa insoportable sirena que le repiqueteaba en los oídos. Arrugó el gesto y volvió a gruñir, pero esta vez a modo de protesta. Se incorporó y bostezó sonoramente, parpadeando para adaptarse a la repentina luz. Le dolían los brazos un poco, y el cuello, pero había logrado descansar y eso le ponía de buen humor. Se levantó arrastrando la silla y estiró las piernas también, tratando de controlar el mareo que le recorría por haberse puesto de pie demasiado rápido. Después, recogió la sudadera y se puso la mochila a un hombro, pensando en lo genial que estaría que su madre le hubiese puesto un bocata en la mochila esa mañana. La verdad es que empezaba a tener hambre.

   La clase estaba vacía para cuando él salió. Cuando sonaba la sirena que anunciaba el recreo, todos salían volando como pájaros asustados e inquietos. Como si de verdad tuviesen prisa por ir a algún sitio. “Inútiles…”, pensó Gerard. La verdad es que nunca le habían caído muy bien los chicos de su clase, ni la gente en general. Tenían comportamientos y formas de ser que él no entendía y se perdía en las conversaciones. Hacía mucho que no quedaba con algún amigo, y de algún modo se sentía atrasado con respecto a lo que le correspondía hacer. Desde niño, había sido una persona solitaria, inmersa en sus libros y sus historias, con una capacidad mental superior a la media pero sin saberla aprovechado del todo. Por eso mismo consideraba inferior a todo aquel cuya forma de ser fuera imposible de entender para él. Y era por eso que toda la gente de su clase estaba en su larga lista de “personas que ignorar”.

   Normalmente su humor era triste y melancólico, distraído, con la cabeza gacha y dándole vueltas al último libro que hubiera leído, y frustrado por no comprender lo que le rodeaba. Pero hoy silbaba alegremente y hasta tenía hambre, por no olvidar la siestecita en clase de matemáticas. Dormir siempre pone de buen humor a todo el mundo, ¿o no? Estaba siendo un buen día, sin duda.

   Sin embargo, al salir de clase, todo su optimismo se volatilizó al instante, como una pirámide de naipes que se desmorona al ir a colocar la última carta. Había gente junto a la puerta del aula, en el pasillo, esperándole. Gente con la que no quería hablar. Eran cuatro chicos, de su clase. Ninguno le superaba en altura, y eso que él tampoco es que fuera muy alto, pero aún así sintió miedo y confusión, como si fuera un animalillo acorralado. 

   Arrugó el gesto por tercera vez y pensó en modos de escapar. "Veamos lo que aprende uno viendo The Walking Dead..." pensó casi con una sonrisa nerviosa. Pero ellos estaban ocupando el pasillo por ambos lados, y de frente solo estaba el hueco de las escaleras. ¿Quizá entre ellos? No... demasiado arriesgado.

 -Hola, Gerard-saludó uno de sus compañeros, interrumpiendo sus pensamientos. Sonreía ampliamente, pero quizá sólo estuviera tratando de destensar el ambiente.

 -Esto...hola, buenos días-respondió él esquivamente. Y acto seguido intentó pasar entre ellos, pero le cerraron el paso.
   -Escucha, solo queremos hablar contigo, ¿vale?-dijo un segundo, poniéndole un mano en el hombro.
   -Mira que es raro-masculló un tercero.

Gerard apretó los dientes y cerró las manos en un puño, pero se contuvo.
   -¿Qué queréis? Ya-ladró.

 -A ver, primero tranquilizate-dijo el primer compañero que había hablado-No venimos a pegarte, como en las películas americanas. Ni ha robarte el dinero del bocadillo, ¿está bien?
   -No me hables como si fuera un niño pequeño-siseó Gerard.
   -Te comportas como tal-murmuró uno de los chicos que le rodeaban.

 -¡¿Queréis callaros!?-gritó el primero dándose la vuelta hacia sus compañeros. Los otros tres tragaron saliva y dieron un paso atrás-Mira, queremos ayudarte-Gerard abrió la boca para protestar-No, no nos digas que no necesitas ayuda-le interrumpió-Porque sé que sí la necesitas. Somos compañeros, ¿si? Compañeros de clase. Y no es que nos caigas estupendamente bien, pero debemos hacer por estar bien con todos, ¿me sigues? Y se te ve muy solo siempre, así que no estaría mal que te integraras-respiró hondo para tranquilizarse y moderó su tono de madre enfadada para dar paso a uno más amistoso-Vamos a ir a la bolera este sábado, podrías venirte.

  Aquella sonrisa que se dibujaba en su cara era amigable, simpática, sincera. Una sonrisa contagiosa. Tras él, sin embargo, los otros tres miraban al suelo con nerviosismo o hacia la puerta, como si ansiaran dejar aquella conversación tan incómoda. Aún quedaba gente en el pabellón, pues era un día de lluvia y nadie quería salir fuera, y todos les miraban, algunos hasta se sorprendían al descubrir que Gerard era capaz de entablar una conversación. Varios cuchicheos iban y venían su alrededor, de una conversación a otra. Ser el punto de interés no era cómodo para él, y mucho menos tener que darles una negativa.

   Paseó la mirada, nervioso, por los cuatro rostros que esperaban una respuesta. El chico que había hablado con él tenía el pelo castaño y los ojos verdes, una combinación de lo más curiosa que se daba sólo en los libros, recordó. ¿O quizá eso también existía en la vida real? No sabría decirlo a ciencia cierta. Sus tres amigos esperaban en una posición relegada, y se sintió como un viajero siendo atracado por los bandidos a mitad del camino.

   Tras unos segundos de tensión y en silencio, uno de los chicos del círculo chasqueó la lengua y cambió el peso de una pierna a otra.
   -Ya te dijimos que no aceptaría ni de coña-le palmeó el hombro al chico de los ojos verdes en un gesto de "te lo dije"-Vámonos.

   Los cuatro se dieron la vuelta hablando entre sí y Gerard soltó el aire, dándose cuenta de que había apretado los puños demasiado fuerte y se estaba haciendo daño. Pero el peligro había pasado.

   Dio media vuelta, con una mano en el asa de la mochila, y se propuso alejarse de allí lo más rápido que pudiera. Los alumnos que llenaban el pabellón, apretujados contra los radiadores,  también parecían sentirse aliviados al haberse disuelto el grupo. Puede que después de todo aquello sólo hubiera sido un susto.

   -Espera, un momento-le detuvo una voz tras él. Varias personas pegaron un respingo y ya ni siquiera se molestaron en disimular que miraban hacia ellos. Gerard no se giró y siguió andando-¡Te he dicho que esperes un momento, esto no se puede quedar así!

   Se paró poniendo los ojos en blanco y dio media vuelta. “¿Qué querrán ahora?”, pensó. Y se llevó una sorpresa al ver que uno de los chicos se dirigía hacia él, seguido muy de cerca por los otros, que revoloteaban a su alrededor como abejas nerviosas.

   -¡Tú!-le espetó, señalándole con el dedo-¿Quién te crees que eres, eh? Hemos tenido que recibir sermones por parte de los profes para integrarte. Nos obligan a meterte en el grupo. Y nos hemos tragado nuestro orgullo para ceder. ¿Te crees que a alguien le apetece que te vengas con nosotros?

  Se detuvo para tomar aire mientras los demás trataban de sujetarle.
  -Alex, tío, vámonos-dijo uno de ellos, intentando tirar de él en dirección contraria.
Gerard alzó una ceja, habían captado su atención. “Alex…” ¿no era ese el chico que más hablaba de su clase, el que mejor se llevaba con todos y el ojito derecho de los profesores? Sin duda era él, pero esa expresión de ira en su rostro no era algo propio de su carácter.

   Ahora más que nunca, la gente escuchaba y miraba.

  -No nos importas, Gerard. A nadie-la voz de Alex era ahora más calmada, pero aun así amenazadora. Sus amigos intentaban retenerle, en tensión-Vas por ahí creyéndote lo mejor, con la cabeza bien alta, como si fueras el rey del lugar. Al principio pensé que quizás llegarías a caerme bien si empezabas a salir con notros, pero ¿qué? ¿Te crees más que nadie? Los libros no llevan a ninguna parte si te hacen ser así. No vas a ser nadie en la vida, te quedarás solo y morirás solo-le sostuvo la mirada con rabia y orgullo durante unos segundo y después añadió-Me das pena-Gerard alzó las dejas en un gesto de sorpresa sarcástica.
   -A mí me dais pena vosotros-respondió.

   Los cuatro compañeros se abalanzaron sobre su Alex para evitar el conflicto, en medio de una oleada de "¡Ya vale, nos vamos!" "¡Lo estás empeorando!", pero no llegaron a tiempo. Para cuando quisieron cogerle Gerard bajaba la cabeza para mirar con expresión de asombro al chico que le agarraba con fuerza de la camiseta. Varios murmurllos de asomobro se elevaron entre el gentío y muchos alumnos se pusieron de pie, alarmados, y se separaron de los radiadores.

   -¿Recuerdas lo que hiciste ayer?-su pregunta era un siseo amenazador. Todos aguantaban la respiración.
 -Seguramente dormir en clase y pasar de las explicaciones de la profesora-respondió Gerard.
   -No te estoy preguntando cómo echaste a perder tu vida, sino si recuerdas algo de la clase de inglés de ayer.
   -Ni una palabra. Ni el nombre de la profesora, fíjate.
 -Eres un desgraciado-le espetó, agarrándole más feurte de la camiseta-¡Eres un maldito egocéntrico de mierda!-gritó, zarandeándole con fuerza.

   De repente, sus manos perdieron fuerza y soltó a Gerard con un gemido de dolor. Con las manos aún crispadas, se dobló sobre sí mismo y cayó de rodillas. Ante el asombro de todos, Gerard aún tenía el brazo en alto y la mano cerrada en un puño, la misma con la que le había asestado un golpe en la boca del estómago.

   -Joder, esto no es bueno...-inquirió uno de sus amigos, agachándose para ayudar a Alex a ponerse en pie- Ya basta, vámonos, es suficiente, te lo estamos diciendo todos...

   Haciendo caso omiso a los chicos de clase, Gerard se quitó la mochila y la dejó caer a un lado, junto a su sudadera. El silencio era sepulcral. Anduvo hacia su contricante con lentitud, como si estuviera disfrutando del momento. Se paró frente a él y le miró con asco, como si algo podrído se hubiese puesto en su camino. Alex, de rodillas, alzó la cabeza para observarle con odio.

   -Ya está bien, venga-tartamudeó una chica que estaba sentada cerca de ellos-No está bien discutir aquí, podríais acabar expulsados.

   Pero ninguno de los dos estaba escuchando, solo querían acabar con lo empezado. Se miraron durante unos segundos, los ojos entrecerrados. De repente, con un gritó, Alex se abalanzó sobre Gerard, quien cayó al suelo dándose un golpe fuerte en la cabeza. Pero no tuvo tiempo de preocuparse por eso, porque él ya estaba encima de él y varios puñetazos comenzaron a lloverle en la cara. Se cubrió con los brazos y aguantó apretando los dientes, pensando en las miles de peleas que había leído tantas y tantas veces. ¿Qué demonios debía hacer? Nunca había estado en una situación así. Sin embargo fue su instinto el que le obligó a retorcerse para zafarse de Alex y tirarle a un lado. Una exaclación colectiva hizo que círculo de alumnos que se había formado a su alrededor diese un paso atrás.

   La adrenalina corría por las venas de ambos y apenas notaban el dolor de los brazos. Solo ganas de más.

   -¡Aún no me has contado qué hice en clase de inglés!-gritó Gerard, buscando pinchar a su contrincante.
Alex apretó los dientes y le miró con odio.
   -Hiciste llorar a Amy. Eres un bestia, Gerard. ¡Hacer llorar a una chica es pasarse, ella no te hizo nada!

  Una exclamación entre el público delató que la persona mencionada se encontraba presente, pero ninguno de los dos estaba prestando atención a nada más que a la pelea que les traía entre manos. Amy, la aludida, se abrió paso entre la masa de gente, con los ojos muy abiertos.
   -¡Alex, ya basta!-chilló. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos azul grisaceo.

 Pero sus gritos solo hicieron que la tensión aumentara aún más, ahora que la causa por la que luchaban estaba presente. Ganar para Alex era vengar a Amy,; perder, quedar en ridículo delante de sus compañeros, los que le tenían por uno de los mejores alumnos del colegio. Sería toda una decepción para ellos.

  Gerard, por su parte, buscaba la victoria para demostrarse a sí mismo que era posible vencer a todos aquellos seres inferiores que se atrevían a cuestionar su superioridad. Perder significaría echar abajo todo su orgullo y reputación, y lo que es más importante, el miedo que le tenían los demás.

  La tensión aumentaba mientras los dos se observaban en silencio. Gerard sentía que estaba a punto de explotar, que ya no era él quién se movía, sino solo su cuerpo, de un modo en el que nunca antes lo había hecho. ¿Era así como se sentían los personajes de los videojuegos? ¿Controlados por la ira del jugador que los dirige? Antes de saber qué estaba pasando ya había arremetido contra Alex con las manos por delante y de un empujón le tiró hacia atrás.

   Él gritó de asombro, arrastrado por aquella fuerza arrolladora, y se preparó para impactar contra el suelo. Pero el golpe no llegó. En vez de eso se clavó en los riñones la barandilla metálica que rodeaba del hueco de las escaleras y trató de mantener el equilibrio. Seguramente lo hubiera logrado si Gerard se hubiera detenido a tiempo, pero todo su peso cayó sobre él y antes de que pudiera darse cuenta su cuerpo se echaba hacia atrás oscilando sobre el abismo. Debajo, muchos metros y un tramo de duras escaleras.

   Alguien de entre el público gritó su nombre y todos se pusieron en pie. Fueron unos segundos, apenas nada, pero sí lo suficiente como para que las manos de Alex tantearan en el vacío algo a lo que agarrarse antes de caer. Allí estaban las manos de Gerard intentando coger las suyas frenéticamente pero no las alcanzaron.

   El golpe llegó pronto, desagradable y seco. Algo se atascó en la garganta del que miraba hacia abajo, hacia su contrincante caído y tirado en los escalones. Había caído de cabeza y sus ojos vacíos le miraban sin expresión alguna, como si le suplicara, y las manos del de arriba seguían tendidas hacia delante como si esperase que aún hubiera algo que salvar. Pero ya estaba todo perdido.

   Nadie reparó en él, el pabellón era un caos. Cientos de alumnos corrían a ayudar a Alex y gritaban desesperados, sus amigos lloraban y se elevaban murmullos y gritos tales como: “Dios mío, está muerto”; “¿Se mueve? Dime que se mueve”; “¡Una ambulancia, rápido, llamadla!”; “‘¡Aquí, alguien, ayudadme a bajarle al suelo!”; “Necesitamos a un profesor”!, “¡Que vengan mientras de la enfermería!”, y más cerca del caído, casi en susurros, las voces de sus amigos repetían con letanía palabras tales como: “Venga, Alex, te vas a poner bien”; “No ha sido nada, aguanta, verás que solo ha sido un golpe”; “No cierres los ojos, aquí, miráme….eso es. Vale. ¡No, no, no te vayas! Escucha, mira, Amy está aquí, con nosotros, enseguida te tiendo su mano, ¿la sientes?”.

   Gerard era el único que aún observaba desde arriba, congelado e inmóvil en aquellos ojos castaños que le miraban fijamente, cerrándose de tanto en tanto y abriéndose al recibir golpes en la cara para animarle. Pero hablara quien hablara a Alex no dejaba de mirar a otro lado, impasible frente a la multitud de alumnos y profesores que se aglomeraban a su alrededor yendo y viniendo en el caos general.
   Y allí estaba Amy. La chica pelirroja a la que había hablado mal, apretando con fuerza la mano de su amigo entre las suyas y llorando sin importarle que los demás la vieran. Sus sollozos se elevaban por encima del griterío y no tardó en acudir una chica a abrazarla y sacarla de allí, pero ella se agarraba a la mano de Alex como un náufrago a una balsa. Era un cuadro abrumadoramente trágico.

 No pasó mucho tiempo cuando vinieron de enfermería y ordenaron a varios alumnos que le cogieran de una determinada manera y le sacaran de las escaleras, porque él no podía moverse. Dos chicas agarraron a Amy de los brazos para dejar espacio a las enfermeras. Lo último que vio Gerard fue un leve gesto de su mano tratando de levantarse hacia él y con un soberano esfuerzo Alex le levanto el dedo anular de la mano derecha antes de desaparecer en el piso de abajo.

  -¡Mierda, joder!-gritó llevándose las manos a la cabeza.

  “Estaba siendo un buen día”, pensó para sí, “un maldito buen día, sin nadie que me molestara, durmiendo en la clases y con el primer bocadillo para merendar en meses”. Agarró la barra de metal del hueco de las escaleras y cayó sobre sus rodillas; las pegó al pecho para luego abrazarlas. Hundió la cabeza en ella y se quedó así en una bola, alejado del mundo. “¿Por qué? Yo no quería esto, fue un error, un puto fallo de cálculos… ¿morirá? ¿He matado a alguien?”. La sola idea le producía escalofríos. “Debo huir”, concluyó, “huir de todos... “.

   -¿Y qué harías después?-dijo una voz a su lado. De pronto las voces de los alumnos, los gritos de Amy, las peticiones de los profesores de espacio y silencio, todas desaparecieron-Nunca podrás huir de tí mismo por muy lejos que vayas.

   El caso es que a Gerard le sorprendió el hecho de que aquella voz perteneciera a una niña que, supuestamente, debería estar en el pabellón de primaria. Y que además hubiera hablado siguiendo el curso de sus pensamientos, como si pudiera leerlos. Pero tal era el dolor y la angustia que le carcomía por dentro que no preguntó por ello.

  -Déjame en paz-fue lo único que se atrevió a murmurar con la voz rota-Vete, solo merezco morir después de ésto.
    -Tu vida vale mucho, Gerard-al oír su nombre pegó un leve respingo y se despertó su curiosidad-Yo puedo arreglar esto, tu error, y redimir tu culpa ¿Sabes? Ese chico, Alex, ha recibido un golpe crítico en la columna vertebral, además de otros golpes de menor importancia. Se quedará paralítico…toda su vida.

   Gerard se encogió aún más en sí mismo y varias lágrimas saladas comenzaron a escurrirse por sus mejillas.
  -Jamás debería haberme implicado en esa pelea-murmuró él para sí en voz alta-Joder, no entiendo a la gente y en parte odio su mediocridad.
  -Yo entiendo que no desearas su muerte-interrumpió ella. Una manita infantil comenzó a acariciarle el pelo en un gesto de consuelo.
   -No, no lo entiendes. Yo desee su muerte, sus muertes. Me creía el mejor de todos, llevan razón. Soy un egoísta, soy un incomprendido, soy una persona completa y absolutamente despreciable que no merece esta vida. ¡Debería ser yo el que se hubiera caído!-alargó los brazos hacia adelante y exclamó-¡Me quedé ahí, así, de este modo! ¡Inútil, lo mismo le serví entonces que le serviré el resto de su vida!

   La niña le observó durante unos segundos con un gesto de dolor en la cara. Por primera vez vio Gerard su rostro y sus ojos se abrieron por la sorpresa. Bajo la luz de las lámparas del pasillo del instituto parecía más muerta que nunca y sus ojos negros brillaban siniestramente. Parecía llevar “MUERTE” escrita en la frente.

 -Lo sabía…-murmuró Gerard. Las lágrimas se atascaban en su garganta y le hacían difícil el habla-Has venido para llevarme, y luego llevarte a Alex…-bajó la cabeza al suelo y luego la sacudió, confundido-Pues no tardes, adelante...

   La Muerte sonrió y le acarició una mejilla con cariño.
   -¿No dije que venía para borrar tu culpa?-murmuró-Dime, ¿qué serías capaz de hacer para salvar a ese chico?
   Gerard le sostuvo la mirada con determinación y se secó las lágrimas. Frunció le ceño. La respuesta flotaba ya en el aire antes de que saliera de sus labios:
   -Cualquier cosa.

   La Muerte volvió a sonreír.