lunes, 29 de diciembre de 2014

Capitulo 4-¿Cómo llegó Eliott al equipo amarillo?


Las últimas hojas del otoño descendían ya desde los árboles en pequeñas eses para caer con un crujido apenas perceptible en las vías del andén 2 de una estación de trenes. Vestían el color ocre de la muerte y parecían volver a la vida cuando algún tren furioso pasaba junto a ellas y las arrancaba de las vías para hacerlas volar como si de hadas se tratasen. Pero el sueño acababa pronto y muchas de ellas terminaban aplastadas y desmenuzadas, otras con suerte sobrevivían escondidas entre los raíles y esperaban, silenciosas, a algún tren que las despertara de su letargo.
Pero la vida de los demás mortales era demasiado ajetreada como para pensar en las hojas y su trágico final. Un claro ejemplo de ello era un chico que aparecía en el andén 2 corriendo más que andando, móvil en mano. Su nombre era Eliott. Se le veía agitado, nervioso, como si llegara tarde a alguna parte. Se detuvo con un salto al final de las escaleras que había terminado de subir de dos en dos y alzó la cabeza para observar el letrero donde desfilaban varias letras naranjas. Leyó: “próximo tren en 2 minutos”
Respiro hondo y se apoyó con una mano en la barandilla que rodeaba el hueco de las escaleras por donde había subido. “Justo a tiempo”, pensó para sí. Varios mechones cobrizos se le pegaban a la cara por el sudor y se los apartó frunciendo el ceño. “¿Por qué demonios hace tanto calor en noviembre?” se preguntó mientras agarraba su camiseta por delante y la sacudía para darse aire.
Fue entonces cuando reparó en que alguien le miraba desde la derecha, y eso le incomodaba. Giró la cabeza y sus ojos se encontraron con otro par de ojos. La dueña de aquella mirada del color del cielo era una chica pequeñita, enfundada en una chaqueta color crema y una bufanda roja. Recogía su largo pelo negro en una trenza enrollada en un moño alto. Varios mechones ondulados se escapaban por un lado y caían hacia delante, tapándole parcialmente un lado de la cara. Sostenía con dos manos el asa de una carpeta, o más bien de un maletín, de color negro.
Eliott se dio cuenta de que la estaba observando fijamente y desvió la mirada hacia las hojas enredadas en las vías del tren, incómodo, Metió las manos en los bolsillos y trató de hacerse el tonto, pero era muy consciente de que ella también se había dado cuenta, demasiado tarde, de que le había mirado de más.
“Otra vez ella…”, se dijo el chico, tratando de darse la vuelta y alejarse unos metros. Desde principios del curso ambos habían estado coincidiendo a la misma hora en el andén 2 de aquella estación. Coincidían como podían coincidir con otras personas, si se paraba  a pensarlo era algo perfectamente normal. Ella podría estar volviendo del colegio, o de clases extraescolares. Y él, pues tres cuartos de lo mismo. Pero se sentía incómodo cuando ella se detenía a mirarle. A decir verdad, si aquella chica nunca le hubiese mirado de ese modo jamás se habría dado cuenta siquiera de su existencia. Pero como la situación se repetía todos los días…
En esto pensaba cuando un rugido a lo lejos y la voz monótona de una grabación anunciaron que el tren efectuaba ya su parada. Se acercó al borde del andén y esperó, mientras el tren volaba frente a él y revolvía su pelo en oleadas de aire frío. En los cristales negros que pasaban a cada vez menos velocidad se vio reflejado cien veces, siempre la imagen de un chico no muy alto, en vaqueros y camiseta negra. No destacaba especialmente por encima de nadie. Era pelirrojo y por tanto un rarito. Sus ojos eran azules, pero no tan bonitos como los de…La imagen de la joven que esperaba junto a él en el andén saltó a su cabeza como un resorte y por unos instantes disfrutó recordando aquellos ojos grisáceos. Respiró hondo y sacudió la cabeza. “Ya basta, deja de pensar en eso”, se reprimió.


Pero no pudo evitar una mirada de tristeza al ver que ella se subía a un vagón distinto al suyo. Frunció el ceño y alargó la mano para presionar el botón que abría la puerta. “De todos modos qué más da, ya la veré otro día”, pensó inconscientemente. Al instante se dio cuenta de lo estúpido que sonaba aquello y apretó las manos en un puño, clavándose las uñas en las palmas. El dolor le haría olvidar.


Buscó asiento y encontró uno cerca de las puertas, y además sin nadie alrededor. Perfecto. Se sentó dejando la mochila en el asiento al lado del suyo y observó el paisaje desdibujado que volaba al otro lado del cristal. Árboles y explanadas se alargaban en manchas borrosas a medida que el tren cogía velocidad y se alejaba de la estación. No había casas en el terreno alrededor del trayecto, solo aquel fascinante paisaje. Una de las cosas que más le gustaban a Eliot de viajar en tren era precisamente la tranquilidad que traía consigo sentarse y observar el silencioso despliegue de belleza que había al otro lado del vidrio.


Suspiró y apoyó la mano en un puño. Aún faltaban varias paradas para llegar a donde tenía que bajarse, debía quedarle media hora más o menos. Llevó una mano al bolsillo del pantalón y sus dedos tantearon hasta encontrar el móvil. Lo sacó y a continuación deslizó los cascos que llevaba al cuello hasta colocarlos en las orejas. Eran negros y gorditos, con dibujos en rojo. Los conectó al móvil y a continuación deslizó el dedo para desbloquearlo y buscar la lista de canciones. Sólo cuando las guitarras eléctricas inundaron el silencio del tren decidió abrir el whatsapp. Había recibido tres mensajes, todos de Lizz. Pulsó para ver su foto de perfil y sonrió de medio lado al ver a aquella chica rubia que sonreía a la cámara de oreja a oreja. No era muy guapa, tenía la cara un tanto redonda y parecía una niña pequeña. Pero era Lizz al fin y al cabo, una de las personas más fuertes y con más valor que Eliott conocía.


Los que la conocían desde pequeña decían que había sido una niña muy distinta a la joven que era entonces. Pero lo que nunca había cambiado era su forma de mantenerse firme frente a las adversidades. Eso era lo que le había impedido hundirse tras enterarse de que tenía una enfermedad grave. Eliott recuerda que se conocieron gracias a un amigo suyo: Jake Se había empeñado en formar un grupo de música porque aseguraba tocar la guitarra como los ángeles, así que fue en busca y captura de un batería, un bajo y un cantante, y otro guitarra más ya de paso. Así fue como dio con Eliott, quien por entonces cantaba en el coro del conservatorio.


La verdad es que la idea no sonaba demasiado mal y él sabía venderlo demasiado bien. El grupo empezó como todos, en el garaje de la casa de Jake. Con letras y acompañamientos malos que poco a poco mejoraron con el tiempo. Pero gracias a su extraordinaria labia habían logrado tocar en la fiesta que hicieron tras graduarse de la ESO, en varios cumpleaños y hasta lograron un huequito en algunos locales los sábados y viernes por la noche.


“Todo iba viento en popa…”, pensó Eliott con nostalgia. Volvió a mirar la foto de Lizz, su pelo rubio recogido en una coleta alta y aquella amplia sonrisa. Eso era lo que más le había gustado de ella, su optimismo. Si el grupo se hundía allí estaba ella para subir los ánimos. Si las letras no salían era Lizz quien proponía salir a tomar el aire y descansar las mentes. Tocaba la batería, algo bastante duro y que requería fuerza en los brazos y aguante, para nunca había oído una sola queja por parte suyo. “Jamás podría aguantarme a mí misma si no soportara al resto. Siento que he nacido para hacer sonreír a los demás”, había dicho ella en una ocasión.


Eliott volvió a suspirar y leyó los mensajes que Lizz le había enviado: <<Holap, buenas tardes. Solo decirte que no podré ir al ensayo de hoy, lo siento pero no me encuentro muy bien, díselo a los demás. Pero no os preocupéis, estaré trabajando en la letra de la próxima canción, lo tengo todo controlado. Un beso>>


“Con que no podrá venir…”, pensó frunciendo el ceño, “Eso sí que es una mala noticia”. Pero lo que más le preocupaba era el estado de salud de su amiga. Era normal que se ausentara semanas alguna vez que otra, pero últimamente se estaba repitiendo demasiado a menudo. Tras su sonrisa, Eliott atisbaba tristeza y dolor. Había mucho más oculto al otro lado de la máscara que ella mostraba hacia los demás, estaba completamente seguro de ello. Pero, ¿hasta qué punto había que preocuparse?

Pulsó para escribir y se apresuró a responder al mensaje: <<cuando te encuentres bien, ¿quieres que quedemos algún día para…?>>
Sacudió la cabeza con una tímida sonrisa y lo borró enseguida sin siquiera haberlo acabado. En vez de eso contestó: <<Está bien, no te preocupes. De todos modos no creo que hoy hagamos nada. Recuperate pronto, nos vemos>>.


Se masajeó los ojos con los dedos y hundió la cabeza en las manos. Lizz significaba mucho para él, y no quería ni imaginarse qué pasaría si aquella enfermedad le arrastraba algún día a la muerte. “Si hubiera algo que hacer por ella, cualquier cosa, lo haría”, pensó Eliott para sí, “ella se merece lo mejor del mundo”.

En algún asiento, cerca de él, una niña sonrió.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Capítulo 3- Primeros pasos


Cuando Jennifer abrió los ojos no vio nada. Absolutamente nada. Parpadeó un par de veces, asustada, pero siguió viéndolo todo en negro. Negro y más negro por todas partes. Se había tomado la infusión como la Muerte le dijo y entonces se durmió en unos pocos minutos. Y en ese instante se suponía que estaría en aquel extraño juego de rol, pero todo cuanto veían sus ojos era esa oscuridad agobiante.

    
    -¿Hola? ¿Estás bien? Sam, creo que no puede vernos…-dijo una voz a su derecha.

    -No me jodas, ¿cómo no va a poder vernos si es la estratega, Elliot? ¡Tendrá que mirar los mapas, digo yo!-dijo una segunda voz. Una tercera femenina intervino, al margen de las otras dos, con un tono más suave.

    -¿Cómo te llamas?- Jennifer entendió que se refería a ella, y despegó los labios para contestar.

    - Jennifer -dijo.

    -Yo soy May. ¿Puedes vernos?

    -No…-murmuró- No sé que está pasando…

    -Está bien, puede que haya sido un fallo de cuando le transportaron a este mundo-apuntó la voz que pertenecía a Sam.

    -Sí, tiene un bug, ¿no te fastidia?-protestó Elliot.

    -Pues otra cosa no me explico…


    -No-cortó una voz más, anciana y cansada. Jenny dedujo que se trataba de la Muerte vieja, aquella que  le había dado las infusiones. El encapuchado-. Deduje que estaría demasiado cansada para mirarse en el espejo. Así que decidí darles un pequeño descanso a sus ojos-el comentario fue seguido de unas cuantas exclamaciones de sorpresa e indignación.

    -¡¿Nos has dado una estratega ciega?!

    -¡Eso si que no, viejo!

    -¡Venga ya!-protestaron los dos chicos.


  -Callad-cortó May-. Si le ha quitado la vista por narices le ha tenido que dar algún don para organizar estrategias. Somos el equipo amarillo, uno de los suyos. No nos va a dejar caer en la primera batalla-resopló con resignación- Si es que no sois más idiotas porque no entrenáis. Traed un mapa, anda.

    -¿De qué?

    -De lo que sea.

*

Amy despertó recostada sobre algo blando. Blando y suave… Parpadeó un par de veces acostumbrándose a la luz y gruñó. Como odiaba que le despertaran, seguro que Rebecca ya llevaba un rato en pie y estaría a punto de ir a darle la lata. Se removió un poco. Entonces, una voz aguda e infantil llegó hasta sus oídos, recordándole que no estaba en casa.

            
    -¡Mira, mira, mira, Gray! ¡Ya se despierta!-sonaba entusiasmada, y le taladraba los oídos.

    -Baja de ahí, te vas a caer y te vas a hacer daño-dijo otra voz familiar con un tono autoritario de hermano mayor- ¡Que bajes, te digo!

    -¡Ay! ¡Que me tiras!-algo pesado cayó sobre Amy y terminó por despertarla del todo.

    -¡¿Pero qué…?!-fue lo primero que dijo. Miró hacia todos los lados, confusa, y se frotó los ojos con el dorso de la mano Encima de ella, la pequeña Muerte sonreía ampliamente de buen humor. Había sido ella la que le había dado el saquito con las infusiones, las cuales le habían traído hasta quién sabe dónde. Amy parpadeó, desconcertada- ¿Qué demonios…? ¿Dónde estoy?


    -¿Lo ves? Te dije que te caerías, enana. ¡Baja de ahí!-el otro chico, que se encontraba al lado de la cama, cogió a la niña, primero en brazos, y después se la cargó al hombro como un saco de patatas.

     -¡A la calle!

    -¡Ah! ¡Quita! ¡Bájame!-replicó ella al tiempo que le daba puñetazos en la espalda. Él cruzó la estancia redondeada en la que se encontraban, parecida al torreón de un castillo con las paredes y el suelo de piedra. Todos ellos estaban decorados con tapices de escenas de grandes batallas. Abrió una puerta de madera que salía a un pasillo estrecho, bajó a la niña de su hombro y cerró con un portazo orgulloso en sus narices-¡Gray! ¡Ábreme!-la niña aporreó la puerta desde fuera- ¡¡Gray!!

    -¡A callar! ¡Ve a ver si Angy se ha despertado, pesada!-la niña dio un taconazo resignado en el suelo con el zapato.

    -¡Malo!-los pasos de la Muerte se alejaron por el pasillo. El chico se giró hacia Amy con un suspiro de cansancio e hizo un saludo militar con una sonrisa elocuente.

    -¡Bienvenida a la Martyria del equipo azul, pelirroja!-Amy le observó detenidamente. Era castaño, con el pelo más o menos largo y gesto amistoso. Llevaba una camisa negra, unas botas y unos mitones de cuero del mismo color. Toda una vestimenta básica con la que empezar el juego. La chica le observó una vez más. “¿Quién es este chico?” pensó.

    -¿Dónde… te he vito antes?-Gray bajó su saludo militar y se acercó a la cama.

    -¿En youtube, tal vez? ¿Puede que luciéndome?- los ojos azules de Amy se abrieron por la sorpresa, y la sonrisa del chico se amplió aún más.
    -¡¿Gray?! ¡No me fastidies! ¿Se puede saber qué puñetas llevaba la infusión?-se llevó las manos a la cabeza- Esto es completamente imposible…
  -Sí. Es lo más divertido de todo. Que es completamente imposible-Amy respiró hondo y le lanzó una mirada asesina a Gray.

    -¡¿Dónde estamos?!-él soltó una carcajada y se cruzó de brazos sobre el pecho.

    -Ya te lo he dicho, estamos en la Martyria del equipo azul-la chica se le quedó mirando, pidiendo más explicaciones-Equipo azul-repitió-Esta es nuestra Martyria. Nuestro… nexo. Fortaleza. Punto de control. Plagia el nombre del videojuego que más te guste-señaló con le dedo un ventanuco que había al fondo, en la pared de piedra-Y aún no has visto nada-Amy se quitó las sábanas de encima, caminó hasta él y se asomó.



    Lo que vió la dejó sin aliento. Desde lo alto de donde estaban podía ver a sus pies toda una fortaleza rodeada por gruesas murallas, en cuyas almenas resplandecían banderas y estandartes azules con cabezas negras de dragones. En ella, había una ciudadela llena de campesinos y pequeños comerciantes que  se resguardaba en el interior y hacían vida normal. En el centro se hallaba el edificio más impresionante y bonito de todos: un edificio redondo con cúpula y un pequeño templo a modo de entrada, con cimborio sobre ella. Parecía demasiado pesado para poder sostenerse sobre esa estructura de aspecto frágil.  Una ráfaga de viento sacudió las banderas furiosamente y trató de llevarse consigo uno de los bucles pelirrojo de Amy.   

   -¿Qué es esto? ¿Skyrim?-murmuró la chica, incapaz de parpadear siquiera.

   -O Diablo… O al menos este jueguecito que se traen entre manos la enana y el viejo-Gray se miró las uñas con fingida curiosidad. Amy se llevó las manos a la cabeza otra vez. Tragó saliva y echó otro vistazo al exterior de la habitación. “Imposible. Esto no está pasando…”

   -Estoy soñando y aún no me he despertado-el chico sonrió otra vez y palmeó a su nueva compañera en la espalda.

   -A veces asusta que los sueños se cumplan- se asomó al ventanuco y sonrió- Ese miedo es parte de la emoción.



    Amy y Gray salieron de uno de los cuatro torreones en el que ella había despertado, salieron a la ciudadela, cerca de un mercadillo en el que varias mujeres vestidas de época compraban telas en un tenderete.

   -La fortaleza es cuadrada-explicó Gray mientras guiaba a la chica por las callejuelas que serpenteaban entre las casitas. La gente se apartaba para dejarles paso. Un niño pequeño y descalzo se soltó de la mano de su madre unos metros más adelante y se acercó a Amy. Ella le miró y se detuvo, preguntándose qué querría. El niño extendió hacia ella una mano con la que sujetaba un margarita de pétalos azules.

   -¿Para mí?-él asintió con una sonrisa y Amy tomó la flor- Parecemos héroes-murmuró la chica.


   - De momento solo lo parecemos, ya veremos si lo somos o no-bromeó Gray.-reanudaron la marcha-Como decía, la fortaleza es cuadrada. Pero la enana dice que si ganamos mucho dinero podemos ampliarla. Eso nos subiría las defensas, y tendríamos sitio para más aliados. Podemos comerciar con los demás equipos, aliarnos, atacarles, mandarles cartas bomba-empezó a bromear-, invitarles a tomar el té… retarles. Hasta podemos conquistar sus Martyrias y otras fortalezas. La Martyria es ese edificio tan enorme que has visto en el centro. Es donde están el tablero de parchís y el mapa de la zona. Desde allí planificaremos nuestros movimientos.

    -Vaya… ¿Tenemos que ir allí ahora?

    -Sí. A tirar los dados.

    -¿Si mueres aquí…?

    -Mueres allí.

Amy tragó saliva.
  -Me recuerda a un anime que vi hace un par de años.

   -Sé cual dices-Gray carraspeó. Continuaron andado entre las calles. Se toparon con una herrería, algunas tabernas, varias panaderías… Todos aquellos edificios parecían decorados en su mayoría, como si solo fueran fachada y nada más. Amy estaba segura de que si lo intentaba no podría entrar en ellos. Solo unos pocos parecían accesibles. La gente así mismo daba la sensación solamente formar parte de todo y ya.    
 -¿Qué rol tienes, pelirroja?-interrumpió Gray mientras doblaba los brazos detrás de su cuello.

   -Amy, no “pelirroja”-corrigió, algo molesta

  -Lo siento pero es lo que hay, ahora eres “pelirroja”-el gamer sonrió de oreja a oreja-¿Qué rol te han asignado?

   -Asesina.

   -Uuh… eso suena interesante.

   -¿Y tú?

   -Estratega.
   -¡Ah, con que el jefe
   -Algo así… Más bien sí. Eso. El jefe. ¿Quién sería el jefe estando yo en el equipo? ¡Sería un desperdicio!-bromeó de nuevo.

   -¿Y los demás? ¿Quién más hay en el equipo?
  -Pues… una señorita llamada Angy, que es nuestra querida maga, y que no entiendo que demonios está haciendo aquí y… un tal Alex. Que es nuestro tirador.

   -¿Alex?-los ojos de Amy se abrieron de par en par y el corazón le dio un vuelco. “No”, pensó sacudiendo la cabeza, “Será otro Alex. Simplemente será otro… Estoy segura, porque el Alex que yo conozco ahora está en el hospital y…” tragó saliva y decidió alejar aquellos pensamientos de su cabeza.
  
  Se apresuró a alcanzar a Gray y pronto se encontraron bajo la sombra del gran edificio de la Martyria. Resultaba imponente y amenazadora, como un gran monstruo de mármol blanco.

   -¿Lista?-preguntó Gray empujando la verja negra que cerraba el edificio. Sin embargo se detuvo por unos instantes y sacudió la cabeza-¡Maldita enana!-exclamó con una sonrisa-Si que le gustan los juegos a la creída… Le voy a descargar el LOL por navidades, a ver si se entretiene un rato y nos deja en paz.
   Amy sonrió. “Esto va a ser divertido” pensó mientras seguía al gamer dentro del edificio.



El interior era frío pero no oscuro. Estaba dividido en tres naves, como en las catedrales, siendo la del centro la más alta y amplia. Varias columnas sostenían una segunda fila de columnas, y tras ellas se abrían a intervalos pequeñas ventanas. Arrojaban charcos de luz dorada al interior de la pequeña estancia. Todo allí era abrumadoramente blanco y etéreo. Sus pasos resonaban en el mármol del suelo. Nadie hablaba, el lugar infundía demasiado respeto.



Al fondo se abría una puerta flanqueada por dos columnas. Alrededor de cada una se retorcía un dragón y ambas cabezas abrían sus fauces en torno a un escudo en la parte superior de la puerta. Amy y Gray se miraron. Hasta el gamer estaba demasiado sorprendido para hacer algún comentario sobre lo que acababan de ver. Entraron y se encontraron con la Martyria propiamente dicha. Un deambulatorio giraba en torno a unas escaleras en el centro, ambos espacios separados por más columnas.

-Las damas primero-murmuró Gray rompiendo el silencio.

-Si…



Amy se apresuró a caminar hacia las escaleras de mármol. Subían en diagonal, con una barandilla de hierro para apoyarse. Parecían no tener fin. Comenzó a subir y él detrás. La oscuridad les fue invadiendo a medida que ascendían, pero pronto una nueva luz les llegó desde arriba. Salieron en la esquina de una sala, esta vez cuadrada y de piedra.



Allí les esperaba la pequeña Muerte, la enana, como Grey la llamaba. Junto a ella había una chica con el cabello teñido de azul y recogido en una coleta alta. Llevaba una vestimenta sencilla, como Gray, que consistía en una camisa blanca larga, unos pantalones y unas botas de cuero. El otro chico era castaño. Con los ojos verdes. Miraba al suelo con nerviosismo, parecía inquieto. Alex. Pero aquel Alex estaba de pie, entero, sin un solo rasguño.

   -¿Amy?-murmuró al verla, alzando la cabeza.

   -¡¿Alex?! ¡¿Pero qué…?!-exclamó ella mientras corría hacia su amigo-¡Estas bien, puedes andar!-le abrazó fuertemente sin importarle las demás personas que había en la habitación. Antes de poder darse cuenta había empezado a llorar de alegría. Sin embargo cayó en la cuenta de que aquello no era la vida real.

   -Espera…esto no está pasando-murmuró. Separarse de Alex le supuso un gran esfuerzo, pero el darse cuenta de que no era real hizo que le resultara más fácil-Si estás aquí…es porque…¡Ella te arrastró aquí!-exclamó mientras señalaba a la pequeña Muerte-
   -¡Eh!

  -¿Y tú?-preguntó Alex-No me digas que has venido por lo mismo-Gray reprimió una carcajada.

 -Qué violento-murmuró. Amy sintió cómo sus mejillas se encendían.

  -No, yo… vine por Rebecca-Alex y Amy se miraban en silencio.

 -¡Bueno, vale ya! ¡Esto está siendo demasiado incómodo!-cortó el gamer.

   -Y que lo digas-intervino la segunda chica, la peli-azul. Todos se giraron hacia ella- Gray, ¿qué haces aquí?-Amy y Alex se apartaron un poco para dejarles espacio. 

    El aludido tragó saliva. Si mal no recordaba ella era la novia de Sam. 

  -¿Y tú, Angy? ¿Qué haces aquí?-después se giró hacia la pequeña Muerte y le tiró de una oreja.

    -¡Ay!

   -¿Qué? ¿Te has divertido con la escenita? ¡Hay series de televisión a montones en las que puedes ver cosas parecidas con mucha más frecuencia!-le regañó el estratega. La niña se llevó la mano a la oreja dolorida y sonrió con malicia.

   -Sí. La verdad es que me lo estoy pasando muy bien. Sois unos juguetes estupendos.



Todos miraron al suelo, incómodos.
-Eso sí que ha sido violento-murmuró Alex.



La pequeña Muerte ignoró el comentario y se acercó sonriendo al centro de la sala, donde se encontraba un tablero sobre un pedestal de marfil blanco. Constaba de un mapa cuadrado físico en el que estaban marcados los ríos, las Martyrias de los otros equipos, los mares, las cordilleras y otras pequeñas ciudades. En sus esquinas había cuatro pequeñas columnas que sujetaban sobre él un tablero de cristal transparente de parchís, en el que coincidían con el mapa físico las Martyrias, los puntos de partida; las pequeñas ciudades, las casas, etc. En resumen, el mapa físico era un tablero de parchís camuflado.


  En el centro del tablero de cristal había una semiesfera negra en relieve, y al lado suyo, un dado dispuesto para ser usado.

La pequeña Muerte habló.

   -Os lo explico-dijo-. Ya sabéis que el objetivo es encontrar las cuatro piezas de un juguete  para poder entrar en el centro del tablero. El acceso a ese punto está bloqueado, solo podrá desbloquearse con dicho juguete. Atendiendo al parchís, el camino que lleva al centro es aquel marcado con el color del equipo que recorren las fichas cuando ya han terminado su vuelta. Solo que vosotros no tenéis que dar la vuelta y ya, debéis reconstruir el juguete-Todos asintieron- Bien, ya habéis visto la ciudadela. Es pequeña y lo que podéis comprar en ella es limitado. Hay cuatro ciudades grandes en el mapa. Se encuentran en esa casilla que hay antes llegar al lugar bloqueado. Allí podréis mejorar vuestro equipo. Son imparciales y no podréis ser atacados por otros equipos. En cuanto a las tiradas. Un seis es una pista buena sobre donde está una de las piezas que debéis encontrar, además de diez mil monedas. Un cinco es una pista buena. Un cuatro es una pista mala. Un tres son quince mil monedas. Un dos, mil.


   -Cada vez peor-murmuró Gray- ¿Qué es el uno? ¿Una entrada para el cine?

    -¡Una cesta con magdalenas y cola-cao!-sonrió la Muerte levantando los brazos, triunfante. Todos la miraron, atónitos.

      -¿Es en serio?-la niña asintió.

      -Pobres de los que saquen un uno-suspiró Alex.

-¿Por qué? Van a desayunar divinamente. Casi me gusta más el desayuno que la pista buena, fíjate-protestó Gray dándose golpecitos en la tripa. Alex le fulminó con la mirada.

       -Así no vamos a ninguna parte.

    -Bueno, como sea-cortó Angy- Vamos. ¿Quién tira? ¿El estratega?

       -Eso, venga. Yo no pierdo a nada. Voy a sacar un seis tan bonito que os vais a quedar ciegos de tanto mirarlo-avanzó hasta el tablero y cogió el dado.

        -¡Espera, Gray!-le paró Amy. Él se giró.


     -¿Quieres tirar tú? Creo que mientras no seas rubia no ganaremos el desayuno… ¡Toma!-le tiró el dado y ella lo atrapó al vuelo- Si sacas el uno vas derecha al calabozo-Amy respiró hondo y dejó caer el dado sobre el tablero, dejando boca arriba la cara del cinco.

    -¡Pista buena!

    -¡Bien!

   -La mala noticia es que no hay desayuno-todos se acercaron al tablero y observaron cómo unas líneas comenzaban a escribirse en la semiesfera negra: hallarás mi paradero entre los escombros de la fortaleza roja.

   Gray levantó la vista y se quedó pensativo unos segundos.

  -Eh…-empezó Angy- ¿Eso es una pista buena?-la Muerte intervino.

   -El equipo rojo ha sacado un dos. El verde un seis. Y el amarillo… un uno-todos se giraron hacia la niña. Algunos reprimieron una carcajada. Otros ni se molestaron.


*

Elliot llegó corriendo al torreón de la Martyria amarilla con un mapa de otra Martyria entre las manos. La del equipo azul.
   -Pregunté en la ciudadela por algún sitio en el que poder encontrar libros y cosas de esas. He encontrado esto en una pequeña biblioteca cerca de una plazoleta.

Sam, un chico que acaba de conocer y que tenía el rol de mago, lo observó con asombro.

  -¡Uouh! ¿Esto no es precipitarse demasiado? ¿Vamos a enfrentarnos ya a una Martyria?-May, la tiradora bajita de cabello castaño con una larga trenza, se lo quitó de las manos.

   -Preguntémoslo a nuestra estratega. Además, no tenemos pistas. Hay que robar una-Jennifer estaba sentada en una silla de madera frente al tablero. Llevaba el cabello rubio suelto con los dos mechones del flequillo trenzados hacia atrás y una corona de flores violetas que ocultaban sus ojos. Vestía una túnica blanca lisa que se ajustaba a la cintura con un cinturón plateado, y que se abría por un lado desde la cadera derecha hasta el suelo.

May le tendió el mapa.

   -Veamos que puedes hacer con esto.



   La estratega tomó el pergamino entre sus manos. Estaba rugoso y parecía viejo. Acarició la superficie con las yemas de los dedos, incómoda. No terminaba de acostumbrarse. “Así no llegaremos a ninguna parte”, pensó, todavía de mal humor, “no tengo ni idea sobre dirigir a un grupo y además ni siquiera veo”. De repente, en la oscuridad que le rodeaba, comenzó a dibujarse en luz dorada una fortaleza cuadrada. Era capaz de distinguir cada detalle, cada piedra, cada persona, cada casa, cada bandera, cada grieta y hasta el más insignificante gato que cruzaba algún callejón.

   Los ojos de Jennifer se tornaron dorados bajo las flores lilas. Sam miró a Elliot alzando una ceja.

   -¿Jennifer..?-comenzó, pero May mandó callar con un gesto cortante.
   
    -Hay un bosque que rodea la Martyria del equipo azul, y, tras él, montañas. No sé cómo pero soy capaz de verlo, esto es flipante. En la dirección contraria hay mar. Tras él… No alcanzo a verlo. Quizás nada. Pero lo que nos interesa es el bosque-las palabras salían de su boca a borbotones, con seguridad- Podemos quemarlo. No digo atacar la Martyria. Aún es pronto para eso. Pero ese bosque es parte de su defensa. Si lo destruimos ganaremos puntos a nuestro favor.

            *

 -¿Cuál es el plan entonces?-preguntó Amy apoyándose contra la pared más cercana.

  -Es obvio-respondió Gray- Este bosque no hace más que entorpecernos.

  -Qué dices, si es una defensa perfecta-protestó Angy.

   -Precisamente. Irán a por él. Tratarán de destruirlo de una u otra manera, y entonces nuestra Martyria quedará descubierta. Es demasiado fácil. Tiene que haber otra Martyria cerca.

    -¿Y qué vamos a hacer?

    -¿Destruirlo nosotros?

    -¡Qué dices, melón! ¡Si es una defensa perfecta!

    -¿Quieres dejar de contradecir términos?

    -Vamos a protegerlo.

    -¿Cómo?

  -¡Con un dragón!-todos miraron a Gray como si estuviese loco- Es coña. Vamos a construir un muro- el resto del equipo suspiró, conforme. Gray se giró hacia la pequeña Muerte- ¿Cuánto dinero tenemos en las arcas reales?


   -No tenemos arcas, tenemos sacos con monedas-respondió la niña, sonriente, sin darse cuenta de lo patético que sonaba.

     -¿Y los sacos dónde están?

     -En una sala.

    -Esa sala son las arcas, enana. ¿Cuánto dinero hay?

      -Trescientas mil…

   -…Rupias. Por favor, si se llaman rupias seré la chica más feliz del universo-acabó Amy, emocionada. Angy le dio una colleja discreta.

      -…rielas.

      -¿Se llaman rielas?-murmuró Gray.

   -Es el dinero con el que empiezan todos los equipos.


    -¿Es la calderilla del principio de “league of legends” con la que compras pociones de mana?-protestó Alex.

   -¡No!-negó la Muerte-. Es el dinero necesario para llevar a cabo un gran proyecto inicial y comprar armas y armaduras. ¡Empezamos a lo grande!

  -Muy bien-apuntó Gray- Entonces construiremos el muro alrededor del bosque. Así ampliaremos nuestros territorios. Rodearemos el bosque hasta llegar al mar. Haré los cálculos de materiales. Con lo que sobre compraremos armas, armaduras y pociones.

      -¿Qué hacemos mientras preparas esto?

   -Investigad. En la ciudadela, en la playa, en el bosque… Mirad tiendas interesantes o misiones secundarias. Misiones que os pidan los ciudadanos, cosas que puedan daros, objetos interesantes, etc. O mirad a ver si hay algún claro en el bosque o algún sendero que pueda resultar peligroso, no vaya a ser que se cuelen miembros de otros equipos mientras construimos esto. ¡Manos a la obra!